¿Qué no es esta la misma película que nos tocó ver ayer, más o menos a la misma hora?
Tal es la legítima pregunta que pudo hacerse cualquier espectador ante el partido que hoy ha calificado a los ingleses y eliminado a los panameños, y que ayer haya visto el partido que calificó a los belgas y eliminó a los tunecinos.
Cierto, las banderas eran distintas. Cierto, los tunecinos mostraron dentro de sus limitaciones un nivel bastante superior al de Panamá. Cierto, Bélgica cimentó su goleada a líricos golpes de caprichosa inspiración, mientras Inglaterra privilegió la geometría, la disciplina y la táctica fija. Cierto, fue mucho más agradable ver aquel 5 a 2 que este 6 a 1.
Pero en lo esencial, tanto en materia certezas y confirmaciones como en materia de expectativas e incertidumbres, se trató básicamente del mismo partido.
Apenas como histórica seña distintiva entre los dos cotejos el gol anotado para los panameños por Felipe Baloy (viejo conocido para las tierras mexicanas en general y para las michoacanas de la época reciente en particular). Festejado a lo grande, así entre los jugadores como en la tribuna y por el propio Bolillo Gómez en la banca, dado que es el primero de los caribeños en una Copa del Mundo, aunque con no sé qué de saborcito amargo por ahí. Siempre medio triste, el festivo fervor que recoge cual migaja el tercer mundo, en medio de sus derrotas frente a esta o aquella impasible potencia imperial.
Pero volvamos al deja vu. Un rival muy por encima del otro, al que muchos candidatean como candidato para erigirse como la sorpresa del torneo. Un marcador abultado que impresiona y que no es injusto, pero que allá debajo deja vigentes muchísimas dudas a propósito de la efectiva estatura y los efectivos alcances del vencedor; un marcador de hecho tan abultado, y conseguido hasta cierto punto con tan extrema facilidad, que en determinado momento puede operar a manera de nocivo espejismo. Ni Bélgica ni Inglaterra han afrontado hasta aquí un examen útil para que podamos dimensionar sus efectivos alcances. Y aunque el duelo que estelarizarán el próximo jueves para dirimir el primer y segundo lugar de grupo adelantará sin duda algunas informaciones complementarias a ese respecto, lo cierto es que al llegar ya clasificadas será mucho más lo que ambas selecciones procuren reservar que lo que arriesguen: ningún rival de miedo que procurar eludir del grupo H en los octavos de final, como para que la minucia de terminar como líder o sublíder del sector les quite el sueño.
Habrá pues que esperar los duelos de eliminación directa para conocer de qué están hechas tanto aquella sensual, seductora y medio desaliñada dama flamenca del sábado, como esta encorsetada, correcta, rígida pero no del todo desabrida lady británica del domingo. A tal punto igualadas, que llegarán al duelo que las enfrente con el mismo número de victorias, puntos, goles a favor y goles en contra: como dispuestas frente a un a la vez mágico, fascinante y tenebroso espejo de novela gótica. Maurice Maeterlinck y Bram Stoker sonríen a la par, uno desde la Gante belga en que nació, otro desde el Londres postvictoriano en que murió, sin que de momento quede muy claro si lo que les hace sonreír es la ventura, la desventura o el anticipado tedio.