César Vázquez / @LetraMia
Erongarícuaro, Michoacán.- El sonido de las caracolas alegra el espíritu de los indígenas, es una efímera resonancia que llama a la unión, a lo sacro y al hermanamiento de la nación primigenia del imperio purépecha.
Así celebraron nuestros hermanos indígenas la culminación de un ciclo más, con una fiesta de identidad purépecha que consagra una fusión entre la naturaleza y el ser, un híbrido que a través del símbolo del fuego perpetúa a la raza cósmica.
El sur, el norte, el oriente y el poniente, los cuatro vientos son los padres a los que se les rinde homenaje en la ceremonia del fuego nuevo, deidades que son el ejemplo de unión y defensa de la cultura.
Luego de agradecer a los vientos, a la tierra y a los astros celestes, se avivó la llama de la hermandad indígena, justo cuando la luna estaba en su cenit y el reflejo de los cargueros era perpendicular.
Al filo de la media noche, en torno a un altar de piedra para el ritual, inició el nuevo ciclo, “una nueva vida que deja atrás viejos temores”, oró en purépecha el carguero de San Francisco Uricho.
Una celebración cargada de simbolismo, que rememora la historia y cosmogonía de una etnia en la que los tatas igual que los jóvenes de todos los pueblos, se reúnen en torno a una sola llama incandescente.
Entre vestimentas típicas y sombreros de palma, se celebró el ritual en el que se invocaron a los cuatro elementos de la naturaleza, simbolizando la relación intrínseca que guarda ésta con los pueblos autóctonos de Michoacán.
En torno al fuego, miles de indígenas provenientes de las cuatro regiones purépechas se congregaron para luego pasar de mano en mano la flama de la unidad, de la identidad y de la fortaleza.
La ardiente flama que además de simbolizar el cierre de un ciclo, representa el momento en el que la asamblea discute problemáticas que atentan contra la unidad de los purépechas, es el momento de reflexión, “de quiénes somos y hacia a dónde vamos”, compartió el carguero.
Así se fusiona la unión entre el fuego que termina y la llama nueva, con un encuentro donde el juego fue reavivado entre miles de indígenas que pese al frio de la noche permanecieron como fieles centinelas de lo que culmina e inicia.
El fuego que culmina, viajó desde la región Ciénega para después de dos días de travesía ser entregado a los hermanos de la región Lacustre, los habitantes de San Francisco Uricho que serán los guardianes y centinelas de la llama durante un ciclo agrícola para después resguardarse en la sierra de Arantepakua, municipio de Nahuatzen, en la meseta purépecha.
Desde hace 30 años las comunidades indígenas retomaron esta celebración que los reivindica como la etnia con mayor presencia en el estado.
El resurgimiento del fuego indígena tiene una proyección destinada a unir la fraternidad entre un pueblo agobiado por la conquista, por el despotismo que roe los usos y costumbres de los guardianes de la tierra.
Este mismo fuego reúne a los poblados distanciados por la avaricia y el ardid de gente ajena a las comunidades, así se puso de manifiesto al reforzar la hermandad de dos comunidades que se han distanciado, por eso se decidió que Arantepakua sea el nuevo guardián, para unir a las comunidades vecinas.
Así, con un rodeo sobre la llama viva los nuevos cargueros desfilaron llevando el báculo purépecha y la piedra de identidad indígena que recibirá el próximo año los símbolos sacros de la raza cósmica.