Antonio Aguilera / @gaaelico
Michoacán es un estado fundacional en México. Cuna de las simientes culturales de las primeras civilizaciones, en donde floreció el imperio Purépecha, que resistió al intento de expansión de los aztecas y que combatió de frente a los españoles en su guerra de conquista.
Las tierras michoacanas se nutren de la mejor savia de la tierra: campos fértiles que ha producido alimentos por siglos; grandes bancos de agua en sus entrañas, que siguen dando de beber a la Ciudad de México; tradiciones imperecederas y una gran riqueza cultural que se manifiesta en todas sus formas, en su artesanía, en su música, en su gastronomía, esta última patrimonio mundial de la humanidad.
Pero sobre todo, es tierra de revolucionarios, de hombres y mujeres valientes, es cuna de grandes movimientos y grandes causas que le dieron sentido y proyecto a la nación mexicana.
Los próceres nacionales, los fundadores del país, son michoacanos: Miguel Hidalgo nació en la ex hacienda de Corralejo, que por entonces de ayer y hoyllos y sus hijos. de seguridad y justicia regresar a munidad para conformar su nuevo grupo de autodefensa.
pertenecía a Michoacán; José Ma. Morelos, el gestor de la patria y el mayor general en la historia de México; Josefa Ortiz de Domínguez, protectora de insurgentes; José Sixto Verduzco de Zamora, Los hermanos Francisco e Ignacio López Rayón de Tlalpujahua y Anastacio Bustamante de Jiquilpan, hay que reconocer que el moreliano Agustín de Iturbide, fue el consumador de la Independencia.
Pero también otros próceres que dejaron su huella en la construcción del México independiente, como Melchor Ocampo, el ideólogo de la Reforma y en la época revolucionaria están los grandes legados de varios hombres, entre ellos los dos más destacados: Francisco J. Múgica, diputado constituyente de 1917, y el General Lázaro Cárdenas del Río, para muchos el mejor presidente, junto a Benito Juárez, en la historia de México.
Por ello, ser michoacano y vivir a diario sin tener por oculto el amor a nuestra bandera, símbolo de nuestra nacionalidad, vale tanto renegar a una gran herencia que ha costa de grandes sacrificios nos legaron los héroes que hoy conforman nuestro pasado histórico.
Michoacán es una de esas entidades donde la historia nace y emana, cubriendo a todo el país con su legado. Y la época actual no puede ser diferente.
Por estos días, muchos investigadores, columnistas, analistas y académicos hablan en términos de la Revolución Michoacana, al referirse al surgimiento, afianzamiento y expansión de los grupos de autodefensa. Hablan de la entereza de un pueblo agobiado por el vasallaje y el expolio del crimen organizado, y refieren de su capacidad de organización y su valentía a la hora de enfrentar a los grupos armados de la delincuencia.
Los análisis van de las referencias a un coctel explosivo y expansivo en todo el país; de un ataque contra las instituciones y los poderes establecidos; de una trampa, debido a presuntos nexos de las autodefensas con otros grupos criminales; de una afrenta contra el Estado mexicano en su conjunto, pero otros refieren el fenómeno en términos de una insurrección civil, de una Revolución social producto del hartazgo y la complicidad de la clase política con la clase criminal, de la inacción del gobierno y de la pereza de los ciudadanos por conformarse con una situación caótica.
A pesar de la intervención directa del gobierno federal en el estado, con la defenestración en los hechos del gobernador Fausto Vallejo y de su partido el PRI, y de la búsqueda de controlar la expansión de las autodefensas, tratando de desarmarlas y desmovilizarlas más allá del resultado que tenga esta primera etapa de la Revolución Michoacana, lo cierto es que se trata de un fenómeno que nadie podrá detener.
Se trata de una semilla que fructificará en muchas regiones de México, y que tendrá su réplica en aquellas entidades en donde el ominoso maridaje de la política con el gobierno, como lo es en Michoacán, detonará el hartazgo y la furia de los ciudadanos.
Esta avalancha nadie la podrá parar, ya que en lo más recóndito del país, como lo llegara a describir el maestro Guillermo Bonfil en su libro México Profundo, un país dolido, que sufre de una dependencia tecnológica que implica ganancias para los dueños de dichas máquinas y no para los productores, así como escasa capacidad de competencia de los productos mexicanos. Efectivamente aumentaba la dependencia de la sociedad dominante y por supuesto crece la miseria, la dificultad de transporte, la contaminación, el desempleo, la falta de servicios, etc.
La Revolución Michoacana es la primera llama de una gran tea que se podría estar gestando en los albores de éste siglo en México, y así como sucedió con el EZLN con la búsqueda de reconocimiento de la cultura y la identidad de los pueblos indígenas, la Revolución Michoacana es la lucha por la independencia social de los poderes fácticos, ya sean estos criminales, políticos o económicos.
Es la lucha de un pueblo no sólo por su autodeterminación política, sino por recuperar la paz, la tranquilidad y la serenidad que se les arrebató por la mano de la violencia.
Todavía es temprano para calificar o evaluar los derroteros que tomará esta Revolución, lo cierto es que su ejemplo no lo podrá detener ya nadie, porque el hartazgo, la pobreza, la exclusión y la violencia están presentes en todo México.
Este es sin duda el inicio de una nueva nación, de un nuevo país, en donde los mexicanos tendrán que seguir el ejemplo de los hombres y mujeres valientes de Michoacán, y regresar a sus orígenes, a sus raíces volverse a reconocer quienes son, y donde piensan vivir ellos y sus hijos. Tal vez triunfe o tal vez fracase la Revolución Michoacana, pero su legado será más fuerte con el tiempo.