Antonio Aguilera / @gaaelico
En 2011, con la fuerza que le daba de ser la nena predilecta del Gobierno Federal, y lo que ello implicaba –cuantiosos recursos, subordinación institucional y caravanas de pleitesía- Luisa María Calderón se sentía muy cómoda, esbozaba planes y exhibía una confianza abrumadora. Muy oronda, decía le decía a los medios internacionales (CNNMéxico): “Si ser hermana del presidente estorba, no voy, pero hemos ido midiendo esa variable y es una que favorece al PAN, y que me favorece a mí consecuentemente, porque el presidente Felipe Calderón está bien calificado en este estado”.
Por entonces, los séquitos presidenciales se movían al chasquido de sus dedos, y se desplazaba -arropada por un ofensivo aparato de seguridad- por un territorio lacerado por los latigazos de la pobreza, la marginación, el crimen organizado y por las consecuencias dejadas por los espolones de su hermano el “Presidente”.
La corte inventada en torno a ella era digna de las vetustas monarquías: funcionarios federales, gobernadores panistas, empresarios, líderes sociales y reflectores mediáticos al por mayor. Inclusive, el 31 de agosto del 2011, día del arranque de la campaña a la gubernatura, hizo alarde del guión teatral que tenía que desempeñar para alcanzar una victoria que ya sentía segura: se vistió y vistió de blanco a su grey para desfilar con velas en la plaza Melchor Ocampo.
Antes de ello, Luisa María jamás había estado en Michoacán. Había ostentando cargos partidistas y puestos públicos por la gracia de la representación proporcional. En algún momento fue Senadora plurinominal por el estado de Veracruz. Cuando arribo Felipe a la Presidencia, vio la oportunidad de volver a la tierra de sus padres, pero con ambiciones dinásticas. En algún momento le declaró a CNNMéxico:
“Entonces yo dije: es hora de volver, se acabaron las vacaciones. No sé si tenía que ver con que el presidente era o no presidente, lo que yo vi es que Michoacán estaba sufriendo mucho, que teníamos que abonar y lo que yo sabía era la parte política, así que yo me reporté a mi partido y dije ‘aquí estoy, en qué ayudo'”, relataba la Señora Calderón.
Todo era mil sobre hojuelas, y se aferraba a la silla del caballo de hacienda que le había preparado su hermano menor. Lo que no supieron prever los hermanos Calderón Hinojosa era que el PRI ya había pactado con el diablo templario, para tomar la gubernatura gracias al poder de convencimiento que tienen las AK 47.
Hoy los tiempos ya no le sonríen como antes a Luisa María. La unanimidad convenenciera se desapareció así como en algún momento la arropó. Hoy su partido ya no es más el partido de su hermano, del “Presidente”; ya no existen esas caravanas y los ríos de pleitesía; ya no hay esa ostentación y esa demostración de poder. Hoy tiene al enemigo adentro y no enfrente.
Hoy Luisa María sólo se aferra a la ventaja virtual que le dan algunos estudios de opinión, pero eso bien que sabe que jamás se traduce en votos o en apoyo ciudadano.
Hoy se respira un ambiente de soledad en su entorno, de ánimos apagados, de división y rispidez. Solo queda la nostalgia del pasado, y en esa perspectiva al interior del panismo michoacano, sólo pervive el ayer, y no el mañana.
En política sólo existe el pasado, dicen los clásicos, pero también señalan que del pasado ya no se vive, y así como nos recuerda el ex presidente de Italia, Giulio Andreotti, “El poder desgasta sólo a quien no lo posee”, y tal vez Luisa María ya lo esté reflexionando.