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Lágrimas y sonrisas de una payasa para su hija desaparecida #VIDEO

Óscar Balderas / @Oscarbalmen

 Por encima del maquillaje blanco se le escurre una lágrima. Había luchado durante varios minutos por no llorar, pero el recuerdo la dobla como hoja de papel. Apenas ha dicho su nombre y tiene que detener el relato, fija la mirada en el espejo –como tratando de confirmar que sí es ella a quien le pasó la tragedia– , se le quiebra la voz y, finalmente, una lágrima se desliza por su rostro, dejando un trazo de pintura deslavada en su mejilla.

Nunca antes había visto a un payaso llorar. Menos a una payasa. Pero a “Salchicha” le sucede casi todos los días desde hace ocho años y medio: que el maquillaje se le ensucie, porque el recuerdo de su hija se le mete por los ojos y le estruja el corazón.

“Mi nombre es Adela Ahumada Valdés, pero todos me conocen por mi nombre artístico, ‘Salchicha’. Soy la madre de Mónica Alejandrina Ramírez Alvarado, secuestrada y desaparecida desde el 14 de diciembre… de 2004”, dice, mientras se seca la cara con cuidado para no arruinar el maquillaje que se aplica.

“Y sí, hacer reír a la gente, cuando yo no conozco lo que es estar feliz desde hace tantos años, es muy difícil”, comenta. “Pero el show debe continuar”.

***

Hasta el 13 de diciembre de 2004, la vida para Adela y su alter ego, “Salchicha”, era una continua secuencia de risas. En su hogar, ser payaso es tradición y, a diferencia de otras familias, casi nunca se usaba el nombre de pila de las hijas para llamar a comer. En casa, no vivían personas, sino personajes que se formaron desde niñas: sus hermanas “Colilla”, “Pingüica”, “Chivis” y “Chicharra”.

Su maestro en el negocio de hacer reír a los niños fue su papá, “Lolito”, quien para sus actos de payaso tenía como pareja de trabajo a su hermano “Babo”. Ambos payasos trabajaron juntos durante muchos años en fiestas infantiles y celebraciones para niños en centros comerciales, hasta que un día “Babo” enfermó y murió ante el desconsuelo de su socio.

En el funeral, a “Salchicha” le marcaron cuatro palabras de su padre, pronunciadas casi junto al féretro: “el show debe continuar” y pese al profundo dolor de la muerte de su hermano y socio, al día siguiente disfrazó a sus hijas de payasos varones y dio una función en el Palacio de Hierro, sucursal Centro, aunque por dentro estaba destrozado.

Hizo reír a los niños, contó chistes, escenificó bobada tras bobada y luego de reír estrepitosamente, llegó al camerino, se quitó el maquillaje y “Lolito” se tiró a la tristeza.

Aquel ejemplo de profesionalismo la enorgulleció desde pequeña, sin saber que tendría que usar ese temple a partir del 14 de diciembre de ese año, cuando su hija, Mónica, cruzó las puertas de su casa en el Estado de México para ir a la universidad y nunca volvió.

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“Yo creo que parecía un chapulín. Yo brincaba por toda la casa de la desesperación, al ver que mi hija no volvía”, cuenta “Salchicha”, a quien conocí en el segundo aniversario del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que lidera el poeta Javier Sicilia.

Aquel 28 de marzo, “Salchicha” escribió una carta para Mónica, pero al momento de pasar al frente del grupo y leerla frente a un micrófono, la voz se le quebró y le fue tan difícil leer, que al final optó por improvisar un mensaje para su hija –la segunda de tres–, quien este año cumplió 29 años.

Y contó lo que me cuenta ahora, en el despacho de un amigo cuya ubicación me pide no revelar: el drama que empezó a las 10 de la mañana, cuando Mónica salió de casa rumbo a la FES Iztacala, donde estudiaba el último semestre de Psicología.

Mónica se despidió de su papá, Manuel Ramírez, pero no de su mamá, quien todos los días se levantaba antes del amanecer para estar a las 7 de la mañana en la Iglesia San Felipe de Jesús, en la zona de Aragón, al norte de la ciudad de México, para participar en grupos de oración. Desayunó ligero y anunció que volvería pronto, pues en esas semanas no había clases, sólo revisión de calificaciones.

Atravesó la puerta y nadie supuso que sería la última vez que verían ese cuerpo delgado, ojos ligeramente rasgados y oscuros, nariz chata, boca regular y cabello oscuro que peinaba de raya en medio.

A las 6 de la tarde, una llamada puso el primer aviso. Una amiga habló a casa para saber si Mónica estaba bien, pues le había preocupado que no asistiera a la escuela a firmar sus calificaciones. Del otro lado de la línea, Manuel contestó que no sabían que no había llegado a la universidad.

Primero, pensaron que se trataba de un error; luego, comenzaron a preocuparse. Para el anochecer, “Salchicha” no paraba de brincar, angustiada por su hija. Dice que no sabe porqué empezó a brincar, pero lo hacía de manera tan agitada, que sólo un rosario entre las manos la pudo calmar.

Dieron las 8, 9, 10 y 11 de la noche. Manuel empezó a llamar a hospitales, ministerios públicos y a preguntar si hubo algún accidente en el que una jovencita de 20 años estuviera implicada; luego, corrió al Centro de Justicia San Agustín de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México y nadie le hizo caso, así que cruzó le entidad y puso un reporte de desaparición en el Centro de Atención a Personas Extraviadas (CAPEA) del Gobierno del Distrito Federal.

Pero llegó la medianoche y Mónica no apareció. Primer día.

***

El día siguiente, recuerda “Salchicha”, fue una pesadilla. Nadie dormía, nadie comía, nadie vivía. Se la pasaron pegando los carteles de CAPEA en donde les dieran permiso y donde no, preguntando por Mónica usando una fotografía y rastreando los últimos pasos de la casi titulada universitaria.

Desandando el camino, supieron que llegó a la estación del Metro Martín Carrera y ahí alguien la subió a un auto color oscuro. Luego, Mónica se esfumó, como si en lugar de carne y hueso estuviera hecha de humo.

El segundo día fue también de búsqueda, al cual se unió Jesús Martín Contreras Hernández, quien fuera compañero de la universidad de Mónica. Hacía preguntas, indagaba, se mantuvo junto a las líneas de investigación con rostro compungido.

Y hasta el tercer día, hubo señales de los secuestradores: a través de un mensaje SMS al teléfono de Manuel, los captores pidieron 250 mil pesos a cambio de liberar a Mónica.

“Lo que haga falta, lo que sea, llévense todo, pero tráiganla”, musitó “Salchicha”, con esperanza de que, si pagaban, su hija volvería a casa. Pero no hubo más. Nunca mandaron otro mensaje para dar la ubicación de donde sería dejado el dinero. Y del otro lado de la línea, siempre mandó a buzón.

La familia pidió el auxilio de la Agencia Federal de Investigación (AFI) y de quien entonces era fiscal antisecuestros, Noé Ramírez Mandujano, quien en 2008 fue detenido – luego absuelto en una polémica decisión – por presuntamente brindar protección al cártel de los hermanos Beltrán Leyva. Pero, dice “Salchicha”, los agentes nunca hicieron algo.

“Bueno sí, sí hicieron. Venían a la casa a comer y beber gratis. A que fueran atendidos. Eso sí hicieron.

“Me decían que igual y se había ido con el novio, que seguro estaba contenta en otro lado. Luego, de plano, me decían ‘ya está muerta, déjela, concéntrese en sus otros hijos’. Es que ellos no tienen hijos”, relata, con coraje.

Si es que pudieron, celebraron Navidad y Año Nuevo y cuando llegó enero de 2005, renunciaron a seguir manteniendo en casa a los agentes de la AFI y los sustituyeron por un investigador privado, quien sí dio resultados: rastreó el teléfono de Mónica y encontró que lo tenía Jesús Martín Contreras Hernández, el compañero de la universidad, quien todos los días preguntaba por los avances de la investigación.

Finalmente, la investigación que la propia familia inició, sin las autoridades, daba frutos, pero a un alto precio: ese mismo enero, comenzaron amenazas de muerte contra la familia, por lo que tuvieron que huir de casa y ahora viven en provincia, en una ubicación que ni siquiera conocen “Colilla”, “Pingüica”, “Chivis” y “Chicharra”.

A Jesús Martín lo consignaron por secuestro y sentenciaron. Lo mismo a otras tres personas, quienes formaban parte de células de las bandas “Los Cruces” y “Los Gaona”. Pero cuando la familia de Mónica presionó para que las autoridades los interrogaran sobre el paradero de Mónica, los captores se acogieron a su derecho constitucional de no autoincriminarse y desde entonces no han revelado algo.

Entonces, “Salchicha” volvió a donde empezó: sin Mónica y sin pistas de su hija.

***

El 6 de enero de 2005, 23 días después del secuestro de Mónica, “Salchicha” dio su primera función como payasa rota. Tenía que: había firmado un contrato con una empresa privada en Lerma, Estado de México, para animar la entrega de regalos del Día de Reyes para los hijos de los trabajadores. Y necesitaba dinero para continuar pagando la investigación que hacía la familia sin el apoyo de las autoridades.

Con el corazón roto, se puso maquillaje blanco en la cara, sombras verde y rojo, chapas y un punto rojo en la nariz. Se calzó unas sandalias doradas, unas mallas moradas que hacen juego a su pantalón y saco del mismo color, una blusa de hojuelas brillantes verdes y una especie de babero. Sobre la cabeza, una especie de sombrero de cuentas doradas, sobre el cual colocó un listón rojo con una flor.

Salió a hacer su show – “clownesco europeo”, lo describe – protegida desde atrás del escenario por la mirada de su hermana “Colilla”, quien no la abandonó ni un minuto. La cuidó con la mirada hasta que el espectáculo terminó con un acto de magia y una sonrisa amplia, amplísima, de “Salchicha” sobre el escenario con mueca de extrema felicidad.

Bajó del templete y, como lo hizo su papá con la muerte de “Babo”, apenas volvió al camerino, se quitó el maquillaje y se sentó a llorar amargamente.

No hay noticias de Mónica desde entonces.

***

“Desde luego…  el dolor que tenemos en la familia, que yo tengo como madre de Mónica, no se puede explicar. Y es muy duro, muy difícil trabajar, hacer reír, hacer sentir a los demás una alegría que nosotros no vivimos… pero ahí está la escuela y el trabajo que hemos recibido en el aspecto profesional. Nada es válido en cuanto a dolor para nosotros por dejar de trabajar.

“No es fácil que tu compartas y que hagas sentir una alegría, mientras tú estás muerto en vida. Cuando yo todavía me estoy maquillando, todavía soy Adela, pero en cuanto me acabo de llenar del personaje, con toda mi ropa, y salgo al escenario ¡debo dejar atrás a Adela con su dolor, sus tristezas! Al pisar el escenario debo ser “Salchicha”, la que divierta.

“Nunca se me olvida esto. Algunas personas me dicen ‘no te pregunto por tu hija, porque te la recuerdo y te entristeces’. Pero definitivamente este dolor es de todos los momentos, no se puede dejar, no es como la ropa que te la quitas, es un dolor constante, vivo y es una herida que está abierta todo el tiempo.

“Es muy difícil este trabajo, es muy difícil. No te puedo explicar cómo se hace este cambio de ánimo para poder transmitir alegría… cuando tú, por dentro, estás muerto”, dice “Salchicha”, llorando a través de su maquillaje blanco.

Han pasado tres presidentes ya – Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto – y Mónica no aparece. Han desfilado por ministerios públicos, procuradurías, agencias, centros y Mónica no aparece. Han tocado puertas, se han burlado de ellos, los han abrazado y los han dejado esperando por horas y Mónica no aparece.

“Desgraciadamente, estamos en un país completamente corrupto. Si la policía quisiera trabajar, ya lo hubieran hecho ¿cuántas personas aparecen a los dos días? Pero no hay intención, porque la corrupción viene de arriba”, afirma la payasa, mientras mueve nerviosamente las piernas.

 Pese a todo, “Salchicha” está convencida de una cosa: para hablar de su hija hay que usar los verbos conjugados en presente. Mónica tiene ahora 29 años, está viva y, además, un instinto maternal hace suponer a la payasa que ya es abuela. Que en algún lado del mundo, nació la hija de Mónica, esperando conocerla.

Por eso, cuando le comento que este viernes es 10 de Mayo, y pregunto si quiere enviar algún mensaje a Mónica, ella no duda en felicitarla. Se pone de pie, se alisa la ropa de payasa con la que ha dado la entrevista y toma con sus guantes una foto de Mónica Alejandrina Ramírez Alvarado, secuestrada y desaparecida desde el 14 de diciembre de 2004, para dirigirse a la cámara que la graba.

“Mónica, felicidades por el Día de las Madres”, dice, antes de pausar la voz y luchar contra esa otra lágrima que quiere rodar por su cara y deslavarle el maquillaje.

“Te vemos pronto… ya falta poco”, asegura “Salchicha”, a quien por sexta ocasión, en  menos de una hora y media, el recuerdo de su hija se le mete por los ojos y le estruja el corazón. “Falta poco…”, musita.

Y mientras llega Mónica, el show debe continuar.

27 enero, 2014
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