Enrique Cerón/Revolución TresPuntoCero
Los mecanismos de la represión sexual actúan con mucha fuerza pues permanecen invisibles, instalados en nuestro sistema cultural de valores, pero a través de sencillas indagaciones se pueden revelar ante nuestra mirada.
En su Historia de la sexualidad, Michel Foucault menciona tres mecanismos que se han utilizado en las sociedades occidentales, por los menos a partir del siglo XVIII, para reprimir y controlar la sexualidad humana. Estos son, dice, esto no existe, no hay lenguaje para nombrarlo y aquí no hay nada que saber, y yo le creo. Pero el conocimiento no es una cuestión de creencias sino de verificaciones, por lo cual realicé una investigación empírica.
¿Hasta dónde llega la represión de la sexualidad?
Vivo cerca de un parque, así que me dediqué algunas tardes a preguntarle a las personas con las que me encontraba por ahí, con qué palabra o palabras, nombraría a una mujer que goza de su deseo sexual, hace público este deseo y busca satisfacerlo. La lista de las respuestas quizá la puedan suponer. Pero sino, ahí les van algunas: puta, prostituta, resbalosa, buscona, cuatro letras, loca, suripanta, perdida, ofrecida, coscolina, ramera, meretriz, una cualquiera, zorra, mujerzuela, perra, golfa, fichera, cabaretera… y otras tantas expresiones en este tenor y variantes de las anteriores.
Usaré solamente tres de estas respuestas para mi análisis: loca, perdida y prostituta. Lo primero que se me hizo evidente es el desfase entre la pregunta y las respuestas. Yo no pregunté por una mujer que tiene una padecimiento mental, ni por una que está extraviada y tampoco lo hice por una que cobra por su trabajo sexual.
De lo cual concluyo que, por lo menos en mi contexto, dos de los tres mecanismos de los que habla Foucault se cumplen, esto no existe y no hay lenguaje para nombrarlo. No hubo una respuesta a mi pregunta que fuera descriptiva, porque, efectivamente, no tenemos un lenguaje para nombrar a una mujer en esas circunstancias. Todas las respuestas no sólo fueron incapaces de responder, sino que se tratan de descalificaciones.
El lenguaje programa una percepción de la realidad, porque en una de sus dimensiones se trata de la síntesis semántica de un sistema cultural de valores. Aquí surgen nuevas preguntas, ¿qué percepción está programando este leguaje?, ¿qué las mujeres no son libres?, ¿qué no está en su naturaleza?, ¿qué la que lo quiera ser es parte de las alienadas, de las que hay que perseguir y castigar por su bien?
Este lenguaje libra una guerra abierta contra la mitad de la población y una velada contra la otra mitad pues es ingenuo que se pretenda tratarlas de esta manera y pensar que esto no va a generar una reacción. Sin contar que se trata de una de las múltiples situaciones de inequidad que transversalizan la vida cotidiana de nuestra sociedad.
El saber prohibido
El tercero de los mecanismos, aquí no hay nada que saber, merece una mención aparte. Esa disuasión del conocimiento me hace imaginar a un policía que frente a la multitud de curiosos acordona con una cinta amarilla el espacio donde yace un cadáver, diciendo, retírese aquí no hay nada que ver. En mi imagen mental, yo ocupo un lugar entre los curiosos que piensa para sus adentros, sin moverse un centímetro del lugar, ¿cómo aquí no hay nada que ver? ¡si hay un cadáver!
Esa cinta de advertencia en nuestro contexto se llama morbo. La palabra proviene del latín morbidus, que significa enfermo o capaz de producir enfermedad. El morbo es una curiosidad enferma o que nos puede enfermar. Pero esta cinta no se tiende inocentemente, sino sobre dos cosas específicas el erotismo y la muerte. Quien se quiere asomar ahí, nos dirán muchas personas, está enfermo o enferma. Sin embargo quien es capaz, por alguna circunstancia, de eludir el mecanismo y asomarse a esos dos extremos de la condición humana y sacar sus propias conclusiones, se entera en primer lugar de su finitud y en segundo de que la vivencia erótica puede ser una base sólida para generar un sentido de existencia. Aquel que tiene por cierto su fin y su placer, se ocupa en su momento presente, en el instante; se torna existencialista en el sentido amplio del término. No se le puede manipular con los premios o castigos que le esperan en el más allá, ni convencerle de que habita un valle de lágrimas.
La falsa libre elección.
En fin, estos mecanismos que señala Foucault se tratan de juegos de desquiciamiento que simulan una disyuntiva sin que el sujeto tenga una real opción de éxito, como los que usa un niño abusón cuando le dice a otro, vamos a echar un volado, águila yo gano, sol tu pierdes. ¡Gracias Michel!