Aunque español de adopción tras tres décadas nuestro país -de hecho, es probable que se conozca mejor la península que la mayoría-, tiene aún el mismo deje guiri que cuando empezó a salir en las pantallas con El día después. De hecho, Michael Robinson(Leicester, Reino Unido, 1958) pronuncia, como buen inglés, las uves en español como efes. Los proyectos le salen por las orejas, entre comentarista de los partidos de Liga y de Champions, presentador de Informe Robinson y de Caos F.C., que acaba de estrenar su segunda temporada en Movistar Tv. Mucho antes, llegó de erasmus a Osasuna y se encontró con un país en los albores de su desmelene. «Durante un tiempo, una ciudad de rango se distinguía si tenía un Corte Inglés», cuenta una semana antes de las elecciones británicas en un espacio del hall del madrileño Hotel Meliá Castilla. Con la piscina al fondo. Como buen guiri.
-En Caos F.C. reflotan a equipos y, a veces, incluso a grupos de amigos en apuros.
Estamos una semana con ellos, que es mucho tiempo. Y quieras que no, creas lazos y acabas teniendo un vínculo de amistad. Viendo los partidos, nos ponemos nerviosos y acabamos viendo el fútbol de una forma en que no solemos hacerlo. Cuando comento partidos en televisión trato de comentar los sucesos del encuentro y muchas veces no te desmelenas. Pero cuando hacemos Caos F.C., observamos el partido de una forma tremendamente parcial. A mí nunca se me ha ocurrido la idea de ser entrenador, pero muchas veces, hacer el programa refrenda mis sospechas de que yo sería un pésimo entrenador porque vivo esos noventa minutos a ciento ochenta pulsaciones.
-¿Por qué el fútbol une tanto?
«Los millonarios han suplantado a los políticos; el dinero lo ha comprado todo»
Es la pregunta del millón. Según mi padre, antes de ver mi primer partido en Anfield, le dije: “Papá, de mayor quiero ser futbolista”. Y eso que ni siquiera habían salido los jugadores. Yo creo que era por la atmósfera de Anfield y por sus cánticos. Cuando sonaron los primeros acordes de You’ll never walk alone y empezaron a salir los jugadores del Liverpool, yo pensaba que eran gladiadores. Y lo eran. Por momentos, vibramos. ¡Vibramos! La música también me transporta, pero no de la misma forma que lo hace el fútbol. Es simplemente diferente. Puedo llegar a gritar, llorar de alegría o de tristeza. El fútbol te puede ofrecer muchos extremos sin que el espectador invierta mucho de sí mismo en ello.
-Antes ese sentimiento era mayor, ¿no?
No lo sé. Creo que antes veíamos al futbolista como a un gran deportista. Seguramente, de niño no sólo yo dije: “Papá, quiero ser como este de mayor”. Desde luego, en el Reino Unido, el futbolista era visto como un pilar de la sociedad; ahora no. Ahora lo vemos como un futbolista-rock star–movie star. Es glamuroso hasta que deja de serlo y se convierte en un juguete de ira o de desprecio. A nivel periodístico, muchas veces banalizamos el rol del futbolista y del fútbol. Y esa banalización tiene fácil acogida porque no requiere un conocimiento del receptor de la información. Y mientras no retes al receptor de la información, se convierte en algo muy fácil de tragar.
-Ha definido muy bien cómo funciona hoy en día buena parte del periodismo deportivo.
Hay de todo. Yo entiendo que es popular pensar que somos todos una banda. Pero también creo que a veces los comentaristas políticos tienen suerte de que no haya elecciones una vez a la semana [hace una mueca de ironía y levanta una ceja].
-¿Se está convirtiendo el fútbol o se convertirá en algún momento simplemente en la pasta por la pasta?
«El capitalismo se lo ha comido todo, lo ha masticado y ha escupido los restos para los demás»
Bueno, para mí el fútbol está secuestrado por el dinero desde hace tiempo. El fútbol es el opio de las masas y por tanto las congrega en todo el mundo. Entonces, ¿a quién le importa las masas? A los políticos, pero, sobre todo, a las grandes fortunas, al dinero. No hace falta ser un lumbreras. La parte noble de la FIFA está tras las rejas, mientras la otra mitad espera su turno. El presidente de la UEFA está inhabilitado durante muchos años y hemos visto cómo últimamente no hay un rico bien vestido en el mundo que no tiene un equipo de fútbol. Uno de los casos más graves lo vimos en el Granada esta temporada. Ficharon a veintiún futbolistas de veintiún países distintos porque, claro, no hay negocio en subir a un chaval del filial. Luego acaban últimos, hacen el ridículo, juegan como juegan contra el Real Madrid y sus aficionados lloran. En ese caso concreto me dio la sensación de que el fútbol había sido pervertido. Y me da asco.
-El objetivo de los políticos de controlar a las masas a través del fútbol es muy antiguo. Y hoy sólo hay que ver los palcos durante los partidos.
Los políticos ya no son lo que eran; han sido suplantados por el dinero. Antes, daban los permisos para que alguien se hiciera rico; ahora, los ricos ponen a los políticos. Es la versión del capitalismo desbocado. No pasa nada con el capitalismo, sino con cómo se administra éste. Cuando sucede esto, acaba con cosas como un constructor siendo presidente de EEUU. Ahora, si un partido necesita financiación para su campaña para ganar las elecciones, un tipo llega y dice: “Yo tengo una billonada y voy a hacer la campaña para fulanito”. Entonces, fulanito gana y devuelve los favores. Entonces, la fortuna suplanta a la política. El dinero ha conseguido comprar todo. Ha comido todo, lo ha masticado y ha escupido las sobras, que es lo que ha quedado para el resto de la gente. Estamos en un mundo de desigualdad. Antes pensábamos que la desigualdad era cuando veíamos en un anuncio de Oxfam a un niño con hambre en África, llorando, con moscas alrededor. Pero no; ahora lo tenemos a veinticinco metros de nosotros. ¿Qué hemos hecho, joder? Pero, ¡¿qué cojones hemos hecho?!
-El hecho de que ese tipo de personas, como Trump, llegue al poder o se produzcan otro tipo de fenómenos políticos también ha sido permitido por el pueblo, por el electorado.
No siempre. El dicho es: “Tenemos a los políticos que nos merecemos”. Pues no es así. A mí, nadie me preguntaba quién va a liderar el PSOE, sino a los militantes. Yo no decía nada sobre que Rajoy fuera el candidato después del señor Aznar. Yo no sabía qué coño era Podemos y tú tampoco. Luego se nos presenta un panorama para unas elecciones y pienso que hay mucha gente que se siente huérfana. Nos faltan ideólogos. Pero es que cuando la política pierde su poder frente al dinero, ¡vete tú a saber quién va a ser el candidato dentro de unos años! Quizás en EEUU hay unas elecciones entre Mickey Mouse y Trump. Y entre los dos, casi prefiero al primero [risas].
-Se mostró “avergonzado” y “devastado” por el «sí» en la votación del Brexit.
«Siento vergüenza de mi país de nacimiento por el Brexit, cuyo voto ha sido xenófobo y racista»
Sí, siento vergüenza de mi país de nacimiento. Yo nunca he visto una campaña tan sumamente sucia. Pensaba que escondíamos con más amabilidad y elegancia nuestra mala hostia. Pero no, la campaña estuvo llena de mentiras. Y es raro que los políticos ingleses mientan, y, más aún, que lo haga un inglés. Nosotros utilizamos más lo que yo llamo la economía de la verdad. Los que votaron el Brexit, lo hicieron envueltos con la bandera de la Union Jack, confundidos por un patriotismo terrible.
En la historia de Reino Unido, un británico puede sentirse orgulloso de que hayamos sido luchadores antifascistas dos veces en guerras. Y ahora hay otro capítulo, en el que en momentos de terribles incertidumbres, el Reino Unido ha dado la espalda a Europa. No creo que mi padre, que estuvo seis años tras las líneas enemigas durante la Segunda Guerra Mundial, luchara para esto. Además, el voto del Brexit, ha sido un sufragio de arrogancia severa, xenófobo y racista. Y creo que todos estos adjetivos que estoy usando tienen algo que ver con lo que pregonó Hitler. Cuando las cosas van mal, necesitas cagarte en alguien, y será en cualquiera menos en nosotros. ¿Cómo podemos pensar que podemos vivir perfectamente sin nuestros amigos europeos? ¿Quién coño nos creemos?
-Usted se crio en un hotel familiar en Blackpool.
Sí, fue maravilloso. Había mucha playa, mucho fútbol y muchos coros. Nuestros principales clientes eran la clase obrera, los mineros sobre todo, y no había mina que no tuviese coro. También en Blackpool teníamos una fábrica de armas… Realmente, Blackpool era como un Las Vegas a lo cutre. Y eso es muy cutre porque Las Vegas es bastante cutre en sí [risas]. Es un poco como Atlantic City. Había muchas tragaperras y tal, pero nuestros clientes eran más bien mineros de Yorkshire, Gales y Escocia, a los que yo veía como a gladiadores. Recuerdo haberme quedado dormido muchas noches al son de los coros. Yo salía del colegio a las 16.00 y a las 17.00 sonaba la sirena del cambio de turno y venían al hotel. Tenían unas manos muy grandes y todos tenían sus opiniones, pero nadie les escuchaba. Ahora me pregunto qué será de ellos. Thatchercerraba sus minas y, por consiguiente, cerraba sus pueblos. Eran nietos de la Revolución Industrial que hizo a Reino Unido grande, pero resultó que ni siquiera eran obreros, sino sobreros. No hubo ningún intento, ni siquiera amago, de transformar sus pueblos, ni de darles nuevas habilidades. Simplemente, dejaron de existir.
-Allí dio sus primeras patadas a un balón.
Sí. Es que el futuro de ellos, de esos obreros, iba a ser el mío, de no ocurrir un milagro. Y yo dudaba de que pudiera hacer lo que estos gladiadores hacían. Lo esquivé jugando al fútbol. Y desde entonces he estado esquivando el trabajo [risas]. Tendría mucha cara para decir que yo trabajo, sobre todo proviniendo de donde yo provengo.
-En su época del Liverpool, eran el orgullo del pueblo machacado por Thatcher.
“Con Thatcher, los niños mordían perros y los futbolistas éramos su única buena noticia”
Sí, pero tampoco es que el Partido Laborista se cubriera de gloria. Ella podía ir cerrando minas, fábricas y astilleros porque tampoco nadie allí iba a votar a los conservadores. Eran todas ciudades laboristas. Me acuerdo de que cuando yo jugaba en el Liverpool, el alcalde era aficionado del Everton y la retó. Mira, tú puedes retar a quien quieras, pero no retas a la Thatcher. Él decidió seguir invirtiendo y gastando dinero hasta que Liverpool se quedó en bancarrota, sabiendo que ella tenía que rescatar Liverpool o una grandísima ciudad se iba a tomar por culo. Y nos fuimos a tomar por culo.
Me acuerdo cuando fiché por el Liverpool y mi mujer y yo estábamos buscando casa en la ciudad. Ella es muy buena nadadora y fuimos a una piscina. Yo tenía esta cadena de oro [la saca del interior de la camisa y la muestra] y cuando estaba cambiándome, vinieron dos niños y uno me preguntó: “Tú eres futbolista, ¿no?”. Yo pensaba que me había reconocido. Y dije: “Sí, sí”. Él respondió: “Ya, me lo imaginaba porque sólo los futbolistas pueden tener una cadena de oro”. En aquellos tiempos, Liverpool era tal vez la única ciudad que yo conocía en la que los niños salían a la calla a morder a los perros. Aquello era duro y nosotros [se queda en silencio unos segundos] fuimos la única buena noticia que tenía esta gente. Ellos, como decíamos antes, fueron comidos, masticados y escupidos. Sobrantes, obreros.
-¿Les pesaba, le pesaba, el que fueran la única buena noticia de la ciudad en aquella época?
Sí. En aquellos tiempos, los dos equipos no salían juntos. Salía primero el visitante y luego nosotros. Entonces, recuerdo a nuestro entrenador, Joe Fagan, como a un sargento de Canción triste de Hill Street, que antes de salir nos decía: “No olvides: esta gente os ama con toda su alma. Ámalos también”. Y era todo una emoción… era casi un chantaje moral. Yo nunca me acostumbré a tener esta maravillosa responsabilidad. Cuando jugaba como visitante, salías al campo y con los primeros acordes de You’ll never walk alone salían aquellos gigantes rojos. Entonces, te sentías como un cordero camino del matadero [risas]. Tu rol era perder, irte a casa e intentar no romper nada.
Después de unos años, llegué a jugar para el equipo de mis sueños, salí quinto justo en el estribillo de You’ll never walk alone. Lo que yo había cantado años antes, ahora lo cantaban para mí. Yo nunca iba a caminar solo. En ese momento, me hubiese cambiado por ser uno de esos corderos camino del matadero. Llegué a cuestionarme si yo estaba a la altura de semejante adoración. ¿Fui suficientemente grande para nunca caminar solo el resto de mi vida? Eh… uf…. [duda] ¿Era tal vez demasiado consciente? Muchas veces, en esos momentos, la inconsciencia es un grado a favor. Me acuerdo de que, después de ese partido, un periodista me preguntó si pesaba la camiseta. Y yo le dije: “Mucho, porque yo estoy acostumbrado a llevar el ‘9’ y llevo el ‘10’, dos números. Pesa la hostia” [risas].
-Entonces, ¿se siente digno de nunca caminar solo?
«Soy de las pocas personas sobre la faz de la Tierra que piensan que Jeremy Corbyn puede ganar»
Lo que puedo decir es que hasta que yo me fui, cumplí con el propósito que siempre he tenido en todo lo que hago en la vida: ser generoso con tu esfuerzo y ofrecer todo lo que tienes. Eso sí lo hice. Aquella temporada también ganamos un triplete, algo que nunca había conseguido un club inglés hasta entonces. Intenté hacerlo lo mejor que podía, que es lo mínimo. Di todo lo que tenía.
-Pese a todo, llegó a votar a Thatcher en una ocasión.
Sí, y me arrepiento. ¿Sabes por qué la voté? Porque no entendí a Neil Kinnock [candidato del Partido Laborista], que estaba a favor del desarme unilateral. Mi padre era conservador y nunca hemos estado de acuerdo políticamente. Pero aquel fue uno de esos momentos despistados en que le hice caso. Me arrepiento y se lo dije al muy cabrón de papá [risas]. Él me decía: “¿Cómo puedes votar a alguien que va a dejar a Reino Unido indefenso ante enemigos como la URSS?”. Y me lo tragué.
-Es usted laborista entonces.
Sí, pero yo quizás soy de las pocas personas sobre la faz de la Tierra que piensan que Jeremy Corbyn puede ganar. El viento está a favor.
-Se ha escrito que en aquella época de Liverpool era asiduo de los estudios de grabación. De allí viene su amistad con Phil Collins.
Eso fue cuando yo jugué en el Manchester City. Yo soy un enamorado de la música y por entonces me gustaba Genesis. Phil Collins era un tipo fascinante, tocaba la batería de una forma muy anárquica. Luego, le escuché en el álbum A trick of the tail [1976] cantando Ripples, que era un registro diferente a Peter Gabriel. Ahí empezó a suplir a Peter Gabriel cuando se rumoreaba que éste se iba a ir. Le invité a un partido y él me invitó a mí a dos conciertos en Manchester y comenzamos una amistad. Phil es uno de los tíos más inseguros de la humanidad. Creo que nuestra amistad fue forjada porque éramos dos insoportables e inseguros que estábamos esperando que nos descubrieran por chuflas.
«Me gusta centrarme en el presente, porque, si no, puedo acabar entre lágrimas en cualquier momento»
En una gira de Genesis, se había enamorado de una mujer en San Francisco, pero quería mucho a la que por entonces era su mujer. Era un enorme conflicto. Se puso a escribir, pero pensaba que cantaba fatal, e incorporó el viento de Earth, Wind & Fire a su brand de love songs, con un papel importante de la batería. Me acuerdo que escuché con él ese álbum, Face Value [1981, primer disco en solitario de Collins] y él decía: “Joder, mal día fue cuando yo decidí desnudarme públicamente sobre mis amores e intentar cantar, ¡me cago en Dios!”. Pensaba que había hecho el ridículo más espantoso del mundo.
-Buenos recuerdos.
Sí, pero, cuando yo pienso en aquellos momentos, es como si perteneciera a otra vida. Parece que ahora soy otro tío. Yo detesto la nostalgia porque tiendo a bañarme en ella. Me parece algo muy peligroso asociarme con lo que ha pasado. No porque tenga vergüenza, sino porque estoy en el presente. Me gusta centrarme y pensar sobre hoy y decir: “Este es el mejor tiempo de mi vida”. En mi casa no tengo vídeos de cuando jugaba. Si entraras en mi casa, no verías ningún rasgo que te hiciera pensar que estás en la casa de un exfutbolista. No, eso fue ayer y lo que me gusta es hoy… porque puedo acabar entre lágrimas en cualquier momento.
-Después se fue a acabar su carrera en el Osasuna. Para un ateo como usted, debía resultarle extravagante y sorprendente que rezaran en el vestuario antes de saltar al campo.
Ateo o galopantemente agnóstico. Era realmente un shock. Yo recuerdo que íbamos desbocados hacia el descenso y pensaba que ellos se habían equivocado con el fichaje y se creían que habían fichado a Copperfield o a Spiderman. Le comenté a mi padre: “Papá, este equipo desciende”. En mi debut, en San Mamés, perdimos 4-1, pero podía haber sido 12-2. Al acabar, llamé a mi padre y le dije: “Papá, mis sospechas se han confirmado: somos muy malos. Fíjate si somos malos que tenemos que rezar antes de salir” [risas]. Claro, que también el equipo era del Opus Dei [risas].
-En aquella época, media España aún no se había modernizado.
En Inglaterra tenemos villages, towns y cities. La diferencia es la presencia de una catedral. Sin embargo, en España, durante un tiempo, una ciudad de rango se distinguía si tenía un Corte Inglés. Después, el despilfarro de pasta ha llegado a tal punto que ha sido desplazado por un aeropuerto.
¿España le pilló entonces un poco en fuera de juego?
«En España, una ciudad de rango se distinguía si tenía un Corte Inglés. Luego llegaron los aeropuertos…»
No, me parecía fascinante, me sentía como un perro con dos rabos. Era muy distinto a Reino Unido. También eran momentos políticamente románticos. Había dos grandes oradores: Batman y Robin, Felipe [González] y Alfonso [Guerra]. Yo viví la época dorada de España, cuando ya progresábamos y salíamos un poco de la sombra de los Pirineos. Lejos de sentir algo a lo Bienvenido Míster Marshall, me parecía fantástico. De verdad, porque yo tenía un pequeño complejo por no haber pasado por la universidad. El fútbol me había robado la universidad, pero también podía devolvérmelo con un erasmus muy bien pagado. O decentemente pagado al fichar por Osasuna [risas]. Para mí, era una experiencia de vida. Mi decisión de venir a Osasuna no fue puramente deportiva.
-En su época de futbolista practicó mucho el tercer tiempo.
Después de los partidos sí, me ponía las botas. Pero nunca consumía alcohol cincuenta y cuatro horas antes. Curiosamente, en la comida prepartido era muy frecuente en todos los equipos, no sólo en Osasuna, tomar un sorbo de vino. Entonces, todos los jugadores querían estar en mi mesa porque sobraría una copa de vino. Después de los partidos sí, era como la zanahoria después del esfuerzo.
-El periodismo deportivo, desde hace años, se ha convertido en buena parte en sensacionalismo y chufla, como El Chiringuito de Pedrerol, con quien compartió muchos años en televisión. ¿Qué opina?
Habrá gente a la que seguramente les entretiene. Hay gente para todo. Yo lo que quiero es que Josep [Pedrerol] sea feliz. No veo el programa y no es algo que yo consumiría, pero hay gente que lo ve; si no, no lo estaría haciendo. Menos mal que estamos en España y se puede elegir lo que uno consume.
-¿Cómo acaba un exfutbolista extranjero asimilado español como uno de los adalides del periodismo deportivo bien hecho en España? ¿Tan mal estamos?
[Risas] Posiblemente sea por eso [risas].
-¿Qué ha aprendido de la sociedad española en estos treinta años?
El beneficio de la duda. Pedir una oportunidad y que te den el beneficio de la duda. Yo no me acostumbro nunca al hecho de que este país me permite invadir el salón de estar. Lo veo como un premio incanjeable. Me acuerdo de los chicos que empezaron conmigo en El día después y ahora han continuado en Informe Robinson a los que, mientras veíamos las luces encendidas de todos los pisos, les decía: “Mirad, ahí vamos nosotros. Pero no solamente aquí, sino en toda España. Nunca, nunca, nunca les defraudes. Nunca, nunca, nunca les engañes. Nunca, nunca, nunca os atreváis a tiraros un pedo en ese salón de estar. Ámalos. Esto es un privilegio que muy poca gente en la humanidad tiene”. Una vez eres consciente de ello, ya puedes trabajar. Y cuando sientes eso, tienes la posibilidad de crear una información respetada, porque el respeto empieza con nosotros.
-Ahora que es casi español al cien por cien, ¿qué le queda de la cultura británica?
Me resulta muy complicado hacer una evaluación sobre mí. No me gusta escucharme en la radio ni verme en plató cuando analizaba los vídeos de El día después, ni ahora los de Informe Robinson.
-Lo que sí que le queda es el acento británico. Circula una leyenda que dice que es impostado y que habla perfectamente español.
Es absolutamente postizo [risas]. Hay gente que piensa que lo exagero, pero no es cierto. Es lo que hay.
Con información de Público.es