Antonio Aguilera / @gaaelico
Morelia, Michoacán.- Investigaciones del Colegio de Postgraduados de la Universidad de Chapingo sostienen que Michoacán podría ser la cuna donde hace más de nueve mil años tuvo lugar la primera domesticación del maíz en Mesoamérica.
Esto, de acuerdo de acuerdo a datos obtenidos mediante la prueba de carbono 14 aplicada a variedades criollas de la planta gramínea, que hasta la fecha se siguen cultivando en las cuencas del Balsas, Pátzcuaro y Sierra Tarasca.
Esta es la hipótesis sustentada por el investigador del Colegio de Postgraduados, Javier Orlando Mijangos Cortés, donde sostiene que existe una raza típica y endémica de esta zona, conocida como Tarasco, la cual tendría un antepasado de más de tres mil años de presencia en esta zona.
De la misma manera, la tesis de Nina V. Fedoroff, investigadora del Huck Institute for Life Sciences de la Universidad de Pensilvania, sostiene que hace más de 9 mil años los pobladores de la Cuenca del Balsas, habrían domesticado y alterado un ancestro herbáceo, el teocintle.
Por esta razón, advierte, el maíz adquirió enormes mazorcas llenas de granos ricos en proteínas, aceite y almidón, pero por eso mismo perdió la capacidad “de sobrevivir sin gente que lo cultive porque no puede dispersar sus propias semillas”.
Los orígenes del maíz han intrigado tiempo atrás a los genetistas, pero sólo recientemente nuevos métodos moleculares han capacitado a los detectives evolucionistas para precisar sus orígenes e identificar las modificaciones genéticas silvestres (GMs) que lograron la radical transformación del teocinto en el maíz contemporáneo», señala Fedoroff.
El artículo titulado Prehistoric GM Corn (Maíz prehistórico genéticamente modificado), publicado en la edición del 14 de noviembre de 2003 en Science (302: 1158-1159 [DOI: 10.1126/science.1092042] in Perspectives), asegura que los primeros pobladores de esta cuenca habrían creado subespecies del teocintle, a partir de la selección de granos, la distribución del polen y la forma de cultivo.
Este artículo, que desató polémica justo cuando se discutía la Ley de de Bioseguridad para Organismos Genéticamente Modificados, debido a que la investigadora de la Universidad de Pensilvania utilizaba el término GMs (genéticamente modificado) pero se refería a la domesticación que habían echo los pobladores originarios de la planta.
Además, Nina Fedoroff, no sostenía la presencia de modificaciones genéticas en ese entonces, ya que el GMs se emplea desde que la ingeniería genética permite hacer cambios al genoma de una planta o de un animal y no hubo ese conocimiento en la humanidad sino a partir del descubrimiento del ADN en 1953, por Watson y Crick.
Y aunque el maíz proceda de teocintle cuyos genes fueron modificados a lo largo de milenios, no debe etiquetarse como GM porque no se emplearon las técnicas modernas de manipulación del ADN.
Al parecer, el maíz surgió en la cuenca del río Balsas, al sur de México, hace unos nueve mil años, dice la investigadora. En su momento, la investigadora cita a Dolores Piperno, de la Smithsonian Institution, señala un dato más asombroso: donde el Mar de Galilea ha perdido sus aguas se han encontrado semillas de cebada y de trigo con 23 mil años de antigüedad. «Diez mil años antes de que la gente cultivara cereales, ya procesaba variedades silvestres», comenta Fedoroff.
La planta ancestral del maíz, el teosintle, fue domesticada por primera vez hace unos 6000 a 9000 años, en el Valle del Río Balsas, en Michoacán, dijeron los investigadores de la Universidad Estatal de Pennsylvania.
Al principio, el teosintle era una especie de hierba, con muchos tallos que soportaban pequeñas mazorcas con granos envainados en cáscaras duras y actualmente es una mazorca con granos amarillos y su cáscara son hojas no tan gruesas.
Este artículo sirvió de base para la tesis doctoral de Mijangos Cortés, titulada “Estudio de la diversidad genética y relaciones filogenéticos en poblaciones de maíz de la Sierra Tarasca de Michoacán”, en la cual asegura que debido a lo rugoso de la planicie, se originaron poblaciones de maíz con características especiales tales como altura de planta, longitud y ancho de hoja, longitud de la espiga, número de ramificaciones de la espiga y otras.
El maíz tarasco fue comparado contra la raza Chalqueño, del cual se tiene presencia específica en los valles altos de la entidad, y frente a la raza Cónico, por lo que Mijangos Cortés sostiene “que había suficientes diferencias como para considerar que las accesiones de Michoacán eran un grupo aparte, derivado del Chalqueño, ya que el grupo genético de los maíces tarascos divergió de los grupos genéticos de los valles bajos de Michoacán (donde se asienta preferentemente la variedad Chalqueña), así como de la raza de Chalco, lo que sugirió que genéticamente era diferente.
“Los caracteres que destacaron fueron el volumen y peso del grano, así como longitud de mazorca, número de hileras de granos de la mazorca que en promedio eran 12 para el grupo de poblaciones nativas y 15 para el grupo de testigos.
Con base en los grupos formados con el ACD, las poblaciones nativas se caracterizaron por una mazorca más delgada con cuatro centímetros de diámetro, comparada con la del Chalqueño de 4.9 centímetros; además tenían plantas de 3.38 metros de altura y espigas de 64.1 cm, así como mazorcas cilíndricas de 16 cm de longitud con 4 cm de diámetro; se observaron seis colores diferentes, los cuales son sembrados con diferentes propósitos por los productores”, sostiene la tesis.
El estudio, que fue hecho en base a muestreos en las comunidades de Charapan, Erongarícuaro, Nahuatzen, paracho, Salvador Escalante y Tingambato, arroja que las poblaciones nativas de la Sierra Tarasca son un grupo genético divergente, por lo tanto único, lo cual se confirmó en el nivel genético mediante la caracterización isoenzimática (herramienta que otorga información de la variabilidad del genoma dentro de una especie, para estimar las divergencias de genes en especies relacionadas), confirma la presencia de una especie endémica y que posee una relación con un antepasado prehistórico.
Javier Miganjos relata que en la parte noreste de Michoacán tuvo lugar la domesticación del maíz, ya que en esta zona el hombre tuvo el primer contacto con el maíz silvestre “tal y como lo indican las evidencias de ubicación geográfica del teocintle (Zea mays spp. Parviglums), las evidencias naturalistas como la lava volcánica del Pico de Quinceo que tiene impresas diminutas mazorcas de maíz primitivo, y los datos moleculares de ADN”.
Detalla que el evento de domesticación del maíz tuvo que darse entonces, antes de la existencia de los Valles Centrales de México. Una vez establecidas las culturas del Valle de México, se promovió la dispersión del maíz hacia estos sitios, entre otras rutas y cita los trabajos de los investigadores Matsouka y Miranda.
Por su parte, Nina Fedoroff, en su artículo comenta que las poblaciones primigenias sí lograron alguna modificación genética sin pretenderlo, ya que la reproducción tradicional de plantas es de alguna manera gradual, y, natural, mientras que las técnicas contemporáneas son rápidas y antinaturales.
“¿En dónde ponemos la raya que separa lo natural de lo antinatural?”, pregunta respecto a los transgénicos, “¿por qué en cierto lugar y no en otro? La habilidad para mover genes entre las especies no es una invención reciente y ni siquiera humana. Una mutación es una mutación, sea espontánea, inducida por cultivo de tejido o por radiación que produce mutagénesis.»
Por lo que la clase de cambios genéticos que subyacen al origen del maíz a partir del teocinto no son fundamentalmente diferentes de los que nos dieron arroz enano y naranjas sin semilla con la Revolución Verde, en la década de los 70.
Javier Mijangos sostiene en su tesis que las evidencias indican que la raza Chalqueño procede de las antiguas poblaciones nativas de maíz, originalmente domesticado en el occidente del país, de las que se diferenciaron igualmente las poblaciones de maíz de la Sierra Tarasca de Michoacán y que fueron conservadas y mejoradas por lo pobladores de esta zona en base a un trabajo continuo por miles de años.
“Una evidencia de la antigüedad de algunos de los maíces de esta región son las dos poblaciones Toluca Blanco (ST-42 y ST-48) que se colectaron en Quinceo, las cuales pertenecen a la raza indígena antigua palomero toluqueño.
La dirección de la dispersión del maíz del occidente hacia el Centro de México, donde tuvo lugar la diferenciación de la raza Chalqueño, tuvo posiblemente como paso intermedio la raza Cónico, lo que podría ser una explicación posible a la similitud que presentó esta raza en los análisis de relaciones en este estudio, y en los estudios antes realizados”, subraya el candidato a Doctor por el Colegio de Potsgraduados.
Y más adelante sostiene que con base en estudios sobre el origen del maíz y de los análisis ACD y de relaciones de similitud, el investigador asegura que los maíces de la Sierra Tarasca no proceden de la raza Chalqueño. Esta afirmación es apoyada en análisis de la caracterización genética con isoenzimas y el análisis filogenético, por lo que se encontró que todas las poblaciones testigo fueron generadas en épocas más recientes que las poblaciones antiguas colectadas en la región de la sierra Tarasca.
“Genéticamente las poblaciones nativas de la Sierra Tarasca se distinguen de manera cualitativa de las poblaciones del centro del país por la presencia de los alelos (diversidad de genes) Acp4-2, E8-4.5, Mdh1-10.5 y Phil-3, de los cuales algunos se encuentran distribuidos en Salvador Escalante, Nahuatzen, Paracho y Charapan”, sostiene la investigación.
Además, Mijangos Cortés subraya que en Paracho se detectaron poblaciones (Toluca blanco) filogenéticamente relacionadas con poblaciones antiguas de más de tres mil años, así como con poblaciones de reciente formación.
Así, en base a estos resultados, los maíces criollos michoacanos son más antiguos e incluso únicos en el país, por lo que la dispersión de las variedades michoacanas, al ir del occidente del país al centro del mismo, generó las razas Chalqueño y Celaya, teniendo como posible puente intermedio la raza cónico, esto implica que la raza Tarasco sea la más antigua.
La diversidad encontrada en las poblaciones nativas de Paracho, sostiene el investigador, permite sugerir que es una zona que debería ser considerada en estudios más detallados sobre la diversidad genética, proponer trabajos para conservación del germoplasma, así como para ser considerado como fuente de material para realizar mejoramiento genético, concluye Javier Orlando Mijangos Cortés.