Mucho ha cambiado en la comunicación de masas, lo sabe todo mundo. El flujo de novedades es incesante: hay programas amateurs en Facebook, youtube, podcast, y en cualquier plataforma de comunicación que tenga una audiencia considerable. Afloran, sobre todo, paneles de opinión, en un rango amplísimo —de las recomendaciones cinematográficas hasta el análisis político— y de las más diversas inclinaciones ideológicas. A veces tienen éxito porque la espontaneidad es más apreciada que la rigidez de los conductores de televisión, que parecen reliquias de otras épocas.
Pero detrás de las novedades estéticas hay persistencias que suelen pasar desapercibidas. La primera es que, pese a la prevalencia discursiva de la corrección política, hay programas hechos prácticamente por puros hombres. Chumel Torres, Callodehacha y el estreno de un show nuevo, aparecido por ahí, llamado La Tanqueta, son ejemplos clarísimos. Con persistencia, en algunas emisiones como esas se presentan All Male Panels —anglicismo acuñado para denunciar la prevalencia premeditada de hombres en el espacio público. Y aunque suene manido, debe constatarse que se trata de la expresión de un problema estructural.
Lo hizo notar la UNESCO, cuando publicó sus “Indicadores de Género para Medios de Comunicación”, una evaluación donde se encontró que las secciones como política, economía y opinión de las emisiones están ocupadas en su mayoría por el género masculino. Ahí mismo es constatable, también, que las migajas informativas (entretenimiento o secciones consideradas menos serias o importantes) suelen reservarse para las mujeres. No importa que sean mujeres las que ocupan el 59 por ciento de las matrículas de las carreras de ciencias de la comunicación y periodismo, les corresponde lo menos importante. Son hombres quienes dominan en los programas matutinos, que también son los más escuchados y los que dejan mejores dividendos económicos; son hombres también quienes ocupan el 73 por ciento de los altos mandos directivos en medios de comunicación. Es un caso evidente de dominación masculina sobre el que los nuevos medios no han operado favorablemente. Apenas reproducen la inercia de lo existente.
Se arrastra la marginación de siglos. La mujer se integró tardíamente a la esfera pública, es decir hasta el siglo XX. Pero sólo hasta bien entrado éste, entre 1975 y 1985, se discutió su papel en los medios en diversas conferencias. Lo primero a lo que se apuntó fue la marginación simbólica. El lenguaje no se actualizaba, ni daba cuenta de la integración de las mujeres a nuevos espacios. Hubo que ganar cada palabra —y seguimos en eso. Por ejemplo, con el feminicidio: cada vez que sucede alguno, el término se somete a debate en lugar de que lo sea la realidad de que da cuenta. Quizá por ello, algunos periódicos prefieren seguir la inercia y se refieren a la violencia de género con titulares ambiguos, como “crimen pasional” y otras tonterías destinadas a borrar la frontera entre la víctima y el victimario y hacer invisible el rol de cada persona.
Afortunadamente, la revictimización mediática no se ha quedado sin respuesta. “La Correctora”, una página de internet creada por mujeres tiene por misión arreglar los titulares machistas, pero hay también miles de mujeres que dan esa lucha desde su teclado. Esa y otras, como el uso sistemático del masculino genérico que oculta y excluye a la mujer —y para lo cual existen tantas alternativas, como nombres comunes, colectivos, pronombres, etcétera.
Pero regresemos al punto. La presencia femenina en los medios ha crecido considerablemente en los últimos 30 años, sin que eso derive en cambios radicales en los contenidos. De hecho, incluso en las discusiones sobre derechos reproductivos, los hombres son la fuente primaria de información, apareciendo en televisión como expertos; expertos por aquí y allá, expertos en todo, aun pese a la conformación demográfica de los espacios laborales. Las mujeres ocupamos otro lugar simbólico. Para estar en la conversación tenemos que ser víctimas, adornos sexuales, auxiliares serviciales (y esto no lo digo yo, sino el muy citado estudio de Bach “El sexo de la noticia”).
Nada va a cambiar mientras no cambien las estructuras de mando. Se debe procurar que exista un equilibrio entre mujeres y hombres en los órganos de gestión y supervisión relativos a los medios de comunicación privados o públicos, elaborar mecanismos de control que promuevan imágenes plurales de las mujeres en los medios de comunicación, fomentar una mayor participación de las mujeres y hombres en la producción y la toma de decisiones, estimular e incentivar las redes de comunicación femeninas. Es menester, asimismo, tomar en cuenta la elaboración de PIOM (Planes para la Igualdad de Oportunidades de las Mujeres), a fin de generar herramientas para crear una comunicación no sexista, entendiendo que los procesos comunicacionales están directamente vinculados a los contextos ideológicos, políticos, económicos y sociales de cada realidad específica.
La lucha también está en cuestionar las imágenes de los anuncios sexistas, los espacios de comunicación sin mujeres, aunque sea cansado, aunque parezca antipático, aunque se trate de un programa con menos de cien espectadores y también, aunque sean nuestras amigas y amigos los que contribuyen a la brecha de desigualdad desde cualquier plataforma.