Opinión 3.0


Octavio Paz y la Revolución Mexicana

Rosario Herrera Guido

[…] en 1960 la sociedad postrevolucionaria se contemplaba en sus fábricas,
sus ranchos, sus mansiones a la Hollywood
y sus colosales monumentos a las glorias y los héroes revolucionarios.

Octavio Paz, Historia y política de México

La Revolución Mexicana —dice Octavio Paz— irrumpe en nuestra historia como una auténtica revelación de nuestro ser (Paz, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 148). La historia política y de nuestro ser nacional la preparan. La Revolución carece de precursores. La Revolución clama por la verdad y limpieza democrática en el Plan de San Luis (5 de octubre de 1910). Por su ausencia de programa es original y auténtica. En ello está su grandeza y debilidad, pues todavía en la batalla y el poder, el movimiento se encuentra y define. Ya Silva Herzog advierte que nuestra Revolución no está influenciada por la Revolución rusa a la que se le anticipa, pues nuestro movimiento nace en nuestra tierra y del drama creador del pueblo mexicano (Jesús Silva Herzog, Breve historia de la Revolución Mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1973).

Los precursores son Andrés Molina Enríquez, Filomeno Mata, Paulino Martínez, Juan Sarabia, Antonio Villarreal, Ricardo y Enrique Flores Magón. Pero no piensan en México como problema ni proponen un nuevo proyecto histórico de nación. Molina Enríquez, con los zapatistas, piensa el problema agrario. Flores Magón desconoce que su anarquismo está alejado de la Revolución.

Sus antecedentes: 1) una masiva clase media, en manos extranjeras, pero con personal nativo; 2) una generación inquieta que quería un cambio y que se une al descontento popular; 3) un conjunto de jóvenes que deseaban realizar los principios del liberalismo, como una expresión democrática que cambiaría a la sociedad y a los ciudadanos; 4) la crítica a la filosofía positivista del régimen por parte Antonio Caso y José Vasconcelos, que fundaron el Ateneo de la Juventud, con lo que terminaron de socavar la Dictadura (Octavio Paz, El laberinto de la soledad, op. cit., p. 152-153) y 5) el contexto internacional del porfiriato, que con la política liberal limitaba la influencia económica norteamericana y acudía al capital inglés, provocando el recelo del capital norteamericano (por lo que los Estados Unidos protegieron en su territorio a los revolucionarios).

Mientras los campesinos contaban con una tradición de luchas, los obreros carecían de derechos, experiencia y una teoría para el combate. No obstante, estallaron huelgas que fueron reprimidas sin piedad. Pero los obreros se aliaron a Carranza y firmaron el “Pacto de la Casa del Obrero Mundial y el Movimiento Constitucionalista” (17 de febrero de 1915). Un pacto que los comprometió con una facción política que dividió al movimiento revolucionario y los encadenó a la familia revolucionaria hasta nuestros días.

Para Octavio Paz, sólo Emiliano Zapata planteó con claridad el problema. Su programa contenía pocas ideas, pero las indispensables para estallar las formas económicas y políticas que oprimían. Los artículos sexto y séptimo del Plan de Ayala, que preveían el reparto de las tierras, implicaban la liquidación del feudalismo y la institución de una legislación para un México contemporáneo.

Como las revoluciones pueden desembocar en la adoración a los jefes, Carranza promueve “el culto a la personalidad”, que continúan Obregón y Calles. Lo que denunció el fracaso ideológico de la Revolución. Pero reclama un compromiso: la Constitución de 1917, para no volver al mundo colonial. La Revolución hizo suyo el programa de los liberales. Pero el programa liberal, con su división de poderes —inexistentes en México—, su federalismo teórico y su negación de la realidad, condujo otra vez a la mentira y la simulación. Y las clases dirigentes de México se redujeron, como hasta ahora, a colaborar como administradoras y socias del poder imperial. Hoy los empresarios, los banqueros y los poderes fácticos, de hecho pero no de derecho, cumplen la función de los latifundistas porfirianos.

Después del período militar, muchos jóvenes intelectuales colaboraron con los gobiernos revolucionarios. Fueron consejeros de los analfabetos generales, de los líderes campesinos o sindicales, de los caudillos en el poder. A los pintores se les encargaron los muros públicos. La inteligencia trabajó en proyectos de leyes, planes de gobierno, tareas educativas, fundación de escuelas y bancos agrarios. Una colaboración que favoreció la continuidad de los intereses de la familia revolucionaria.

Para Octavio Paz, todavía no logramos crear un movimiento democrático independiente que ofrezca soluciones a los grandes problemas de México. No contamos con un programa coherente y viable para crear una organización nacional, que venga de un movimiento popular independiente: “Los grupos que desean el cambio en México deberían empezar por autodemocratizarse, es decir, por introducir la crítica y el debate dentro de sus organizaciones. Y más: deberían examinarse a sí mismos y hacer la crítica de sus actitudes y sus ideologías. Entre nosotros abundan los teólogos soberbios y los fanáticos obtusos: los dogmas petrifican. La peregrinación intelectual de la izquierda sólo será posible si pone entre paréntesis muchas de sus fórmulas y oye con humildad lo que dice realmente México —lo que dicen nuestra historia y nuestro presente. Entonces recobrará la imaginación política. ¿O habrá que esperar, como en 1692, otro siglo? (Octavio Paz, Historia y política de México, op. cit., p. 335. Octavio Paz se refiere a la rebelión de 1692, antecedente de la lucha por la Independencia, cuando los rebeldes se levantaron contra la dominación española y fracasaron, porque su instintiva revuelta no proponía ninguna afirmación, una idea sobre la que la sociedad mexicana se pudiera fundar después de la caída del poder virreinal.

Como sabemos, ya en el umbral del escenario de las multimillonarias celebraciones bicentenarias y centenarias de nuestra Independencia y Revolución, empezaron los corifeos del poder a pronunciarse por la aplicación del artículo 29 de la Constitución Mexicana, que señala que en caso de invasión, perturbación grave de la paz pública que ponga a la sociedad en peligro o conflicto, el Presidente de México, los Secretarios de Estado y la Procuraduría General de la República, con indispensable aprobación del Congreso de la Unión, se pueden suspender en todo el país o en un lugar determinado las garantías individuales, para hacerle frente a la emergencia por un tiempo limitado. Pero el Estado de excepción contemporáneo, que de múltiples formas también se está aplicando en México —como advierte Giorgio Agamben— no adopta el modelo de la dictadura de la antigua Roma, que le permitía al senado, con la participación de cónsules y de los tribunos de la Plebe, declarar un estado de emergencia y nombrar, por un plazo de seis meses, a un dictador con plenas facultades para enfrentar el trance.

Porque los estados contemporáneos no siguen el esquema de los antiguos romanos, los inventores del derecho, sino que imitan otro organismo romano, el iustitium, la suspensión del orden legal, que en lugar de instaurar la ley constituye un vacío jurídico y entrega a los ciudadanos a una nuda vida, desnuda y perversa. Como en el escenario del México actual, en el que desde que se anunció la interminable guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado impera la nuda vida (la desnuda vida, como la nombra Giorgio A>gamben), pornográfica y sin ley.

16 septiembre, 2015
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