BBC/ Fotos: Gustavo Aguado/ Getty Images
Fred y Laura salen a caminar, salen juntos de la ciudad los fines de semana, pasean por mercados y a menudo tienen citas en restaurantes.
Como cualquier pareja, tienen sus altibajos.
Pero no son como cualquier pareja.
Fred le paga a Laura para que pase unos ratos con él, lo que incluye tener relaciones sexuales.
Por falta de oportunidad
Se conocen desde hace seis años.
A algunos los motiva el tener compañía femenina tanto como el sexo.
“Nos conocimos online en una sala de chat”, cuenta Fred, un hombre retirado. “Le pregunté si quería pasar una noche en un hotel conmigo”.
Dice que fue como una primera cita, “empezando a conocernos, examinándonos”.
“Ahora nos conocemos tan bien que Fred sencillamente transfiere el dinero a mi banco antes de que nos encontremos”, añade Laura.
Fred vive en un área rural remota y durante muchos años tuvo que dedicar todos sus días al cuidado de su mamá. Por eso, le dice a la BBC, no tenía la oportunidad de conocer gente, y decidió pagar por sexo.
“Realmente no era tanto el sexo sino el deseo de contar con la compañía de una mujer, y si uno no está saliendo o socializando, es muy difícil saber cómo conseguir amigas”.
Por el matrimonio
Para Robert, la relación con su pareja es excelente; el sexo, no tanto.
Robert ha estado casado durante muchos años.
“Terminé siendo un hombre con una libido muy alta casado con una mujer que realmente no disfruta del sexo… ni siquiera de abrazos, besos, caricias, nada así”.
“Ella es una pareja excelente. En todos los otros aspectos, nos llevamos de maravilla; pero en la cama, no”.
Robert guarda todo el dinero que puede para comprar sexo.
“No quería que mi matrimonio se acabara”, dice. “Quería hacer lo mejor posible para mi esposa, así que lo más obvio fue pagar”.
Por evitar el dolor
Mientras que Robert considera el pagar por sexo como una manera de preservar su matrimonio, Graham, de unos 30 años, llegó a creer que era la mejor forma de evitar la complejidad de las relaciones.
Durante los primeros 30 años de su vida, el exfuncionario gubernamental pensó que nunca sería el tipo de persona que daría dinero a cambio de relaciones sexuales.
Pero durante un fin de semana en Ámsterdam, unos hombres a los que acababa de conocer lo convencieron y terminó recorriendo las calles de la zona roja.
La zona roja de Ámsterdam es el lugar más famoso de Europa en el que la prostitución es legal.
Una chica los llamó, dos de los hombres la descartaron diciendo: “Podemos conseguir una mejor”.
Pero ella se dirigió a Graham y le dijo: “A ti sí te gusto… quieres venir conmigo, ¿cierto?”.
“En ese momento”, dice, “no vi ninguna razón para no hacerlo”.
La siguió hasta su cabina iluminada de rojo, donde pasó media hora charlando y copulando.
“Fue asombroso. Parecía muy romántico, se sentía como si estuviéramos condensando una relación entera en sólo un par de minutos”, señala.
Reflexionando sobre sus relaciones previas y sus dolorosos desenlaces, se preguntó: “Quizás nada de eso sea necesario. Quizás uno puede pagar y tener estos momentos increíbles de espontaneidad, que duran sólo media hora… ¡simplemente, mágico!”.
Por timidez
“Si no le pagara, ella ni consideraría acostarse conmigo”, dice Simón.
Simón es un hombre tímido a quien nunca le ha resultado fácil conocer mujeres.
Cuando tenía 29 años decidió que iba a pagar para perder la virginidad. Pero no estaba cómodo con la decisión.
“Había leído en internet que para las mujeres no era bueno emocionalmente”, explica.
Eso, sin embargo, no ha impedido que desde hace unos años visite regularmente a la misma mujer.
“Yo tengo un apetito e impulso sexual alto y no se trata sólo de que disfruto del sexo sino que si no lo practico, después de un tiempo, me siento terrible físicamente”.
Simón prefiere ver a la misma mujer pues así está más relajado.
Pero aunque la conoce bien, no se hace ilusiones.
“Si no le pagara, ella ni consideraría acostarse conmigo”.
Ha tenido un par de novias en los últimos años y dice que mientras estaba en esas relaciones dejó de pagar por sexo. Y que espera volver a tener una relación algún día.
“Preferiría que la mujer con la que estoy teniendo relaciones sexuales lo haga porque quiere estar conmigo, no por el dinero”.
Por huir del sexo soso
Algunos pagan por realizar fantasías sexuales.
La motivación de Robert va más allá de la necesidad de intimidad. Él paga por sexo para satisfacer sus fantasías.
“Lo que busco son experiencias interesantes, y me justifico pensando que esto compensa todas esas miles de sesiones de sexo doméstico que no puedo tener y que nunca tendré”.
Se describe como “un poco exhibicionista” y “voyeur“, y ha organizado orgías.
Brian, de más de 50 años de edad, también dice estar felizmente casado. No obstante, empezó a pagar por sexo mucho antes de conocer a su esposa.
Según él, al sexo en con su pareja le hace falta “un poco de picante”.
“Quizás el haber conocido a otras mujeres antes con las que el sexo era muy bueno me dejó malacostumbrado: digamos que el sexo en el matrimonio no es tan bueno”, le dice a la BBC.
Por eso y más
En la cocina de Fred lo observamos preparar con mucho empeño la cena, mientras explica que como conoce a Laura desde hace tanto, a menudo se ven como amigos. Pero si se van de vacaciones, él paga la tarifa normal.
Fred admite que está un poco enamorado de ella. ¿Le molesta entonces que Laura tenga otros clientes?
“No, es su trabajo”, contesta.
Por su parte, tras su primer encuentro en la zona roja de Ámsterdam, Graham estaba ansioso por recrear la experiencia.
Pero cuenta que la segunda vez que pagó por sexo no fue igual: la mujer parecía “melancólica”.
La tercera vez lo dejó sin ganas de repetir la experiencia jamás, pues la mujer era fría y dura, y la habitación parecía el consultorio de un doctor.
“La miré mientras estábamos teniendo relaciones sexuales y noté que ella no podía enfocar la mirada. Me di cuenta de que estaba copulando con una adicta a las drogas. Me sentí horrible”, recuerda.
“Bajé las escaleras y salí a la noche de Ámsterdam; todo el esplendor que había visto antes, todo lo que me había parecido algo exótico, de repente parecía sucio”.
A Brian no le pasó lo mismo: sigue llevando una doble vida, con su familia y amigos ajenos al otro lado de su personalidad.
“No creo que les guste saber que pago por sexo, pues honestamente no es algo que hagan las personas respetables, que es lo que soy en todos los otros aspectos”.
Algunos de los nombres de esta nota fueron cambiados.
El laberinto ético
“Prefiero vender mi cuerpo que venderle mi mente a una corporación”, dice el cartel.
La idea de que los seres humanos puedan venderse es éticamente polémica.
No obstante, las trabajadoras sexuales a menudo dicen que ellas no venden sus cuerpos sino que, como otros trabajadores, sencillamente le fijan precio a sus talentos y habilidades.
Argumentan que si el trabajo sexual fuera descriminalizado y desestigmatizado, casi todos los problemas con la prostitución desaparecerían.
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