La policía de la localidad de Kaduna, al norte de Nigeria, ha rescatado a más de 300 jóvenes, entre ellos menores de edad, y de nacionalidades diferentes, los cuales habían sido torturados y violados en un centro de acogida islámico, esto según el informe de los portavoces policiales.
En un allanamiento localizado este jueves por la noche en una casa del barrio de Rigasa, la policía de Kaduna encontró a más de 300 alumnos y estudiantes de “nacionalidades diferentes” encerrados y encadenados en lo que los medios empezaron a llamar “la casa del terror”.
Vivían “en condiciones inhumanas y degradantes”, detallarón dichas fuentes.
Hemos encontrado a un centenar de ellos, algunos niños de nueve años, encadenados en un habitáculo. Las víctimas han sido maltratadas, algunas de ellas declararon que fueron violadas por sus profesores”, añadió el portavoz de la policía del Estado de Kaduna, Yaukubu Sabo. El propietario del establecimiento y seis asistentes suyos fueron detenidos.
El lugar era una especie de reformatorio religioso en el que se recibía a jóvenes delincuentes o drogadictos, se les enseñaba el Corán y algunas normas de convivencia, indicaron fuentes del gobierno.
Encontramos a un centenar de estudiantes, incluyendo niños de apenas nueve años, encadenados en una pequeña habitación, para castigarlos”, agregó Sabo.
La policía también encontró un “cuarto de tortura”, donde a los alumnos se les suspendía encadenados y se les golpeaba cuando hacían algo que se consideraba incorrecto.
Las víctimas tienen nacionalidades diferentes, algunos fueron traídos desde Burkina Faso”, detallarón los policías.
Por medio de fotos difundidas por la prensa nigeriana, se observa a un niño con la espalda llena de heridas abiertas, visiblemente causadas por latigazos, a otro con los pies encadenados a unos barrotes de hierro y a un grupo de jóvenes hacinados en un patio insalubre. La policía debe comprobar su identidad y encontrar a sus familiares.
Los padres de algunas víctimas oriundas de Kaduna, convocados por la policía, se encontraban “sorprendidos y horrorizados” al ver el estado en que se encontraban sus hijos, pues estos no sabían por lo que estaban pasando.
Tenían autorización para llevarles comida de vez en cuando y para visitarlos una vez cada tres meses, pero no tenían permiso para entrar dentro de la casa, explicó Sabo.
Con información de Milenio