AB ORIGINE
Un optimista que ríe, lleva una vida muy sana, pues la risa, considerada un alimento espiritual, le resulta grata y edificante. Se abandona a ella y cualquier cosa activa sus maseteros y tonifica sus emociones: una mujer que viste de mazahua y ridiculiza a este grupo indígena, un campesino que no sabe usar el ascensor o le hace la señal de parada al metro, las bromas que a costa de indígenas, campesinos, gallegos, gordos, negros, homosexuales, rancheros, flacos, chaparros, inventan los optimistas, les hacen reír y dejan ver su tendencia a denostar al diferente. Esa tendencia definirá más tarde lo que les resultará divertido. Veamos por qué:
La colonización moderna que se consolida durante el Porfiriato, consiste básicamente en la convicción con que un mexicano asume la búsqueda afanosa de una identidad basada en el mestizaje, una especie de razón universalizada, y la severidad con que comenzó a negar la diversidad de las identidades mexicanas. Parece haber perdido el rumbo cuando se planteó la disyuntiva entre fortalecer lo que habíamos sido y buscar entre las sociedades colonizadoras una forma de ser. Siendo como ya éramos, por herencia, hubo que buscar atuendos para parecer, proyectar la imagen de lo que nos gustaría ser y constreñirse a esa tarea a partir del tener.
Ser y parecer, son dos conceptos que vale la pena comprender si queremos salir bien librados de esta discusión: ¿somos o parecemos?, ahí está el detalle.
El ser define, aporta datos en torno a la realidad; un lugar es de una manera o de otra, pero puede o no parecerlo: el patio de una casa pobre es pobre, el de una casa sucia es sucia, y así; pero un personaje que busca convencer viste de una manera donde importa mucho si convencerá o no. Si consigue convencer, lo que se ventila son la calidad de sus herramientas y su desempeño con ellas, pero no lo que es; es decir, como impostor puede verse excelente o no, pero como persona es lo que es y ya.
El parecer impresiona, aporta aspectos que invisten la personalidad de las cosas. Un paisaje es bello o no lo es, pero el patio de una casa pobre, sin dejar de serlo puede parecer algo distinto, sobre todo si ése es el propósito de quien eventualmente lo reviste mejorando sus atavíos.
Como si hubiera dos formas de ser mexicano, en el país se identifica una sociedad que niega lo que somos para transitar hacia una forma de sociedad a la que no puede aspirar más allá de parecerse mucho o poco, pero sólo eso: parecer. A las sociedades tendientes a parecer ya sea a lo europeo o a lo norteamericano, Bonfil Batalla las llama México imaginario; mientras que a las sociedades originarias, éstas que sobreviven sin acertar si les conviene fortalecer sus culturas ancestrales y defender sus propias identidades o abandonarlas para siempre, con tal de evitarse la marginación y la discriminación, las llama el México profundo.
El Porfiriato cedió a cánones que suprimieron a las culturas americanas, las mismas que en otro tiempo le dieron identidad a la civilización mesoamericana y estableció una organización social, modelos de educación, progreso y desarrollo donde lo indígena ha sido blanco de ataque y aniquilación. Lo nacional de las culturas originarias ha sobrevivido en una relación desventajosa, pues “la idea de unificación cultural no propone la unidad a partir de la creación de una civilización que sintetice las anteriores sino por la eliminación de una y la generalización de la otra (Bonfil Batalla, 1990)”.