César Vázquez / @LetraMia
Aquila, Michoacán.-Luego de un día y noche de velorio, y casi un mes de fallecido, finalmente los familiares y amigos sepultaron los restos de Antonio Zambrano, fue sepultado en un panteón de Pómaro, una comunidad localizada a dos horas de camino desde La Parotita, de donde era originario, pero es el camposanto más cercano.
Fue despedido en una homilía donde resaltaron sobre todo las camisas que portaban los hermanos, primos y otros parientes, donde se estampó el rostro del paisano, con apenas un esbozo de sonrisa pero una profunda tristeza en los ojos, al lado de la misma, algunas playeras tienen estampada la escena del 10 de febrero del 2015, donde tres policías norteamericanos asesinan a Antonio Zambrano.
El migrante estuvo diez años viviendo de manera ilegal en el vecino país del norte, hasta que tres policías del poblado de Pasco, en el estado de Washington, le arrebataron la vida al considerar que el michoacano estaba agrediendo a los automovilistas, pero de acuerdo a un hermano de él, José Luis Zambrano, se entretenía en un popular jugo que en México se conoce como rayuela, y que incluso un autor argentino lo hizo internacional al nombrar así a una novela, pero los policías norteamericanos consideraron que arrojar piedras contra la banqueta era peligroso, por eso lo mataron sin darle tiempo a nada.
Aquel juego tan mexicano, tan fuera de contexto, en un país extranjero, le costó la vida a Antonio Zambrano, por eso la indignación de su madre, por ello clama justicia y exige que los policías paguen por el crimen cometido, “no pido que los asesinen, pido que los encarcelen por lo que hicieron, porque mi hijo no hizo nada para que lo asesinaran, era ilegal en aquel país, lo se, pero si ese era el delito no merecía la muerte”, reclama doña Agapita Montes.
La indignación es compartida, hay un evidente dolor entre todos los michoacanos que viven en este rincón de tierra caliente, olvidados de la justicia, perdidos entre la serranía y la costa, en un caserío de apenas 15 familias, a tres horas de la cabecera municipal, ellos son los que le reclaman justicia al imperialista país de América del Norte.
La prensa nacional e internacional fue testigo de la pobreza en la que vive la gente, no hay lujos, no hay ropa de calidad, la mayoría de los hombres calza guaraches, es comprensible que se vean obligados a migrar a otro lugar que les prometa una mejor economía o calidad de vida, Estados Unidos se ha convertido en ese sueño, sobre todo cuando se vive en una comunidad como La Parotita, donde no hay ni siquiera caminos para llegar, la luz eléctrica sólo es algo que saben que existe en otros poblados, por eso se arriesgan a vivir de ilegales en otro país, aún con ese trato denigrante, aún a pesar de que los asesinan, los michoacanos siguen viendo que allá pueden vivir mucho mejor que en nuestro México, incluso prefieren dedicarse a la delincuencia organizada para escapar de la miseria que se mete por todas las rendijas de sus chozas.
Esta gente humilde es la que despidió los restos de Antonio Zambrano, aquel paisano que partió de la pobre comunidad de La Parotita, buscando súper como uir de la pobreza en la que vivió durante casi 30 años, nunca imaginó que esa búsqueda terminara con balas americanas.
Según narra su mamá, después de que alguien denuncio a un latino de estar arrojando piedras a los carros, él se espantó al ver la llegada de la policía, su temor era por que ya anteriormente lo habían deportado tres veces, pero siempre regresaba y estaba a punto de lograr su legalización, por eso cuando la policía de aquel condado lo quiso apresar, intentó huir, más por miedo a que afectara sus trámites que a otra cosa, pero los agentes de la ley no lo vieron así, sin mediar palabra, y a pesar de que Antonio levantaba las manos, dispararon contra su humanidad.
Ahora su madre asegura que va a r egresar a aquel país, va a pelear hasta que se haga justicia “así sea que me lleve todo lo que resta de vida, no descansaré hasta que los asesinos estén donde tienen que estar”, amagó doña Agapita.
Los restos de Antonio fueron sepultados en un camposanto entre su comunidad y el poblado de Pómaro, ni siquiera llegaron al caserío de aquella humilde tierra donde pasó su infancia, pero es lo mas cercano que pudo quedar de sus seres queridos, de quienes se despidó hace diez años para buscar el sueño americano, nunca pensó que en realidad les había dado el último adiós.