Sexualidad


Sexualidad en la literatura

Sexualidad 3.0

Invadidos por la moralidad judeocristiana y herederos del discurso de Platón, hemos rechazado el sexo como algo sucio y detestable. De ahí la famosa frase en latín: “Post coitum omne animal triste est…”. Petronio escribió algo parecido: “Foeda est in coitu et brevis voluptas / Et taedet Veneris statim peractae”. Que traducido por Ben Johnson al inglés: “Doing a filthy pleasure is, and short, / And done, we straight repent us of the sport” es algo así como: “Dedicarse a un placer sucio es, y corto / Y terminado, nos arrepentimos de la diversión”.

El joven Shakespeare destiló ácido al escribir un soneto en el que la víctima de la lujuria aparece como un pez en el anzuelo, dando sus últimos aleteos, agotando toda su energía, y Mallarmé no estuvo fuera de esa noción culpabilizadora: “La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres”.

Más reciente en la cronología, García Márquez dice que “el sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor”. Y Vargas Llosa escribe que “no hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre. Un texto literario es más rico en la medida en que integra más niveles de experiencia. Si dentro de ese contexto el erotismo desempeña un papel primordial, se puede hablar verdaderamente de literatura erótica”.

El mismo Vargas Llosa afirma que “la liberalidad de las costumbres, que es un progreso moral para la sociedad, ha jugado tradicionalmente en contra de la literatura erótica. Ha hecho que el erotismo pierda la carga de inconformismo, de desafío a la moral establecida que tenía cuando los de talante erótico eran libros para leer a escondidas, volúmenes que estaban en los infiernos de las bibliotecas, lo que les daba una aureola especial. Eso ha desaparecido y ha hecho que el erotismo se haya vuelto previsible, convencional, mecánico, es decir, que se haya degradado en pornografía”1.

Pero el cubano Alberto Garrandés tiene unas palabras de prevención: “Entre lo obsceno y lo que no lo es (siempre dentro del territorio del sexo) hay una distancia forzosamente equívoca, demasiado equívoca, ya que la lengua del sexo, evitando la obscenidad, puede sencillamente hacer el ridículo, lo cual es terrible”.

Metáfora de la sexualidad

Por cuestiones morales o literarias casi todos los escritores tienden a adornar el sexo con mucho espíritu, y la verdad es que suena muy bien.

Veamos por ejemplo la delicadeza de Pierre Louÿs (1870-1925):

Bajo el tibio repliegue de las ninfas se esconde,
tal pistilo de carne en lirio doloroso,
el clítoris, coral vivo, corazón fosco
que estremece el recuerdo de bocas olvidadas.
La mujer toda entera vibra y se centra en él,
es la fuente del celo en dedos de la virgen,
es el eterno polo en que el deseo converge,
es cielo del espasmo, corazón de la noche.
Lo que al flanco murmura cualquier carne lo entiende,
a su menor temblor los pezones se tensan
y sus sordos latidos ponen fuego en el cuerpo.
Oh clítoris, rubí misterioso agitándote
brillante como joya en el torso de un dios,
¡álzate, sanguinoso, ante las bocas rojas.

Lo que sí sabemos gracias a los censores es que el erotismo es sugerencia, mientras que obscenidad o pornografía son expresiones explícitas. Desde el punto de vista literario no importa tanto que ofendan los cánones morales del lector como que sea buena literatura. Y hemos llegado a un acuerdo tácito de que la buena literatura es sugerente, estimula la imaginación. O sea, lo único que podría ofendernos y que sería obsceno desde el punto de vista literario es la mediocridad y la pobreza expresiva.

Casi todos tratamos —por lo menos en la literatura— de que el sexo no se vaya a pasear solo con los sentidos, sino acompañado por el sentimiento.

Literatura sexual sin disimulo

Son pocos los que en la historia de la literatura han tratado el sexo limpiamente, con creatividad y sin tapujos. A algunos no les bastaba con escribir, sino que se convertían en editores de sus propias obras, como el gran Donatien Alphonse François de Sade, Marqués de Mazan o Marqués de Sade (1740-1814), Rétif de la Bretonne (1734-1806) o mucho antes, Pietro Aretino o Pietro de Arezzo (1492-1556).

El Marqués de Sade, como dice Roland Barthes en una breve biografía, “puso parte de su obra en su vida y no al revés”. Su obra inspiró su vida de una manera tan cruel que pasó 27 años en la cárcel —la primera vez a sus 23 años y en la última la muerte lo halló en prisión a los 74— mientras seguía fraguando su enorme obra con su propia sangre como tinta y en pequeños pedazos de papel sacados de prisión clandestinamente. Pocos escritores habrán llevado a la sexualidad concreta la imaginada como él lo hizo.

Y como la vinculación del erotismo con lo visual es tan estrecha (y yo estoy vinculado tanto al cine como a la poesía), al pensar en Sade uno no solamente piensa en sus libros, sino en el personaje magistralmente representado en al menos dos películas extraordinarias. La primera es Marat-Sade (1967), de Peter Brook, maravillosamente interpretada por Patrick Magee, y la segunda es Quills (Plumas) también interpretada con maestría y magia por Geoffrey Rush. Y no podríamos olvidar la película descarnada de Pasolini Salo: los 120 días de Sodoma (1975), estrenada póstumamente en París a pocos días del asesinato del director italiano.

Rétif, o Restif, fantástico editor de más de doscientos libros que hizo con sus propias manos, escribió en Le Pornographe: “La dépravation suit le progrès des lumières. Chose très naturelle que les hommes ne puissent s’éclairer sans se corrompre”.

Fue el mejor rival de Sade, que lo odiaba, y llegó a escribir un Anti-Justine. No es que fuera incapaz de referirse al amor, de hecho, también lo hizo: “Je m’aperçus bientôt que l’amour ressemble à la soif : une goutte d’eau l’augmente”.

Pietro Aretino —que se autonombraba como “hijo de cortesana”— no se detuvo ni ante exilios ni amenazas de muerte, que de hecho no fueron motivados por su literatura explícitamente sexual, sino por otros escritos políticos y ataques personales a gente con poder.

Para acompañar con poesía la segunda edición de Los 16 placeres (I Modi), los bellos grabados explícitamente sexuales de Marcantonio Raimoni (a su vez inspirados en la pintura de Giulio Romano), Aretino escribió en 1527 igual número de “sonetos lujuriosos”, hechos a medida para ofender a las buenas conciencias. La primera edición no había tenido larga vida: el papa Clemente VII, que no era en absoluto clemente, envió a la cárcel a Raimondi y ordenó la destrucción de todas las copias del libro y de los grabados. La segunda edición sufrió la misma suerte, pero posteriormente Agostino Caracci retomó el tema de las dieciséis posiciones sexuales y realizó una serie maravillosa (con 19 grabados) que ha sobrevivido al tiempo y a las furiosas tijeras de Anastasia.

Sonetos lujuriosos XI

Separa bien los muslos, alma mía
que quiero bien de cerca ver tu rosa
¡Oh, suavísimo vello! ¡Oh, rica cosa!
¡puerta de mi ilusión! ¡Miel! ¡Ambrosía!
Un capricho me llena de alegría;
voy a comerme fruta tan golosa;
me volveré y seré treta graciosa
pues a tu boca irá mi mercancía.
—¡Que me aplasta! ¡Aguarda! ¡Ay, mi pecho!
Jamás tan cerca vi verga tan tiesa
Mas juro que he de dejarte satisfecho.
—¡Hola al cabrón! ¡Miren la permuta!
El lame en el panal como en barbecho
y ella cree que la verga es una fruta.
—¿Vieja, quieres aquí poner tu morro?
—Hijo no me pongáis los dientes largos
que tan sólo de veros ya me corro.

Los poemas de Aretino son golosos, explícitos en la descripción del goce, sin velos ni disfraces. ¿Por qué es importante este episodio? Porque según los entendidos fue la primera vez que en un libro se juntaron la poesía y la imagen visual en un canto provocador a la sexualidad. Y de aquí nace una escuela de magníficos ilustradores de textos eróticos y sexuales, al punto que uno está tentado de colocar en el centro de la inspiración literaria de la época los dibujos, grabados y pintura de Raimondi, Romano, Paul Avril, Agostino Carraci, André Berthome, Paul Emile Bécat, André Collot, Antoine Boret y de tantos otros grandes artistas que miraron la sexualidad con alegría y sin miedo.

Es casi imposible desvincular la sexualidad de la imagen porque los ojos son la ventana de entrada de las sensaciones de las que está hecho en buena parte el erotismo.

27 agosto, 2014
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