Acompañemos la crónica de hoy con las siempre sabias, siempre atinadas, siempre pertinentes palabras del maestro Cuco Sánchez.
“Y tú que te creías el rey de todo el mundo. Y tú que nunca fuiste capaz de perdonar”.
Si en vísperas del Mundial casi todos los augurios para el equipo mexicano eran catastróficos, la victoria frente a Alemania disparó los entusiasmos fuera de toda medida, fuera de toda proporción, asumiendo realidad testimonial los artificiales y lucrativos panegíricos de toneladas de patrocinadores. Pero tan excesiva la anticipada declaratoria de naufragio como la posterior profecía de ya inevitables glorias. La selección mexicana ha seguido encontrándose todo el tiempo en el mismo sitio exacto donde la habíamos dejado hace cuatro años, y sus posibles avances, sus posibles retrocesos, sus fundadas expectativas, su rasero evaluativo para la misión cumplida o el fracaso, deben dimensionarse desde ahí. Ni más arriba, ni más abajo. Y paso por paso.
“Y, cruel y despiadado, de todo te reías. Hoy imploras cariño aunque sea por piedad”.
Resulta comprensible, dada la presión que ha acompañado casi todo el proceso de Juan Carlos Osorio, que tras el prometedor debut frente al todavía vigente campeón del mundo, los seleccionados nacionales cedieran en alguna medida a la tentación de envalentonarse. La mesura promedio impuesta a las declaraciones de sus hombres por el inteligente estratega colombiano, no consiguió enmascarar del todo durante los últimos diez días cierta socarronería: la habitual actitud de aquellos a quienes urge hacer sentir que están “callando bocas”.
“¿Adónde está tu orgullo? ¿Adónde está el coraje?”.
Y también resulta comprensible el radical viraje oportunista de muchos implacables críticos, para los cuales el Tri antes de Alemania era una vergüenza, imposibilitado de antemano siquiera para el cuarto partido, y después de Alemania se convirtió de golpe y porrazo en potencial candidato al título.
“¿Por qué hoy, que estás vencido, mendigas caridad?”.
Yo prefiero mantenerme en mis trece: el equipo de Osorio siempre tuvo el potencial para igualar lo conseguido por los anteriores representativos nacionales desde 1994; hoy lo ha demostrado, hoy ha vuelto a superar la primera ronda, hoy se ha proyectado una vez más a los octavos de final. Pero su desempeño vuelve por completo imposible predecir si dispone de mayores argumentos respecto de sus predecesores para alcanzar los cuartos, para pasar la frontera largamente infranqueable e instalarse por fin en el quinto partido. Y ése deberá ser el parámetro a partir del cual, en último término, se le evalúe.
“Ya ves que no es lo mismo amar que ser amado. Hoy que estás acabado, qué lástima me das”.
La pregunta que en este momento debe bullir en la cabeza de muchos aficionados, en la sala de redacción de múltiples medios informativos, y en interminables mesas de análisis, es cuál podrá ser el verdadero rostro de la Selección Mexicana. ¿El que mostró frente a Alemania, o el que mostró frente a Suecia? La verdad es que son los dos. Y en ese sentido, tal vez el más fiel y completo testimonio de la realidad del futbol mexicano haya que buscarlo no en los anómalos extremos consumados ante sus rivales europeos dentro del grupo, sino en el juego contra Corea del Sur. México puede llegar a jugar tan bien como jugó contra los alemanes, y tan mal como jugó contra los suecos, pero la verdad es que su rendimiento promedio más sostenido se corresponde antes bien con lo que exhibió ante los coreanos. Si eso alcanza o no para superar la primera ronda de eliminación directa, es algo que en este instante nadie puede responder con certeza. El pase de panzazo adeudado al heroico triunfo de Corea ante los germanos, hará seguro renacer el escepticismo terminal de la mayoría, en idéntica proporción a las cuentas alegres que provocó el triunfo 1-0 del día 17. Pero lo cierto es que México, aunque con diferente tobogán emotivo a cada turno, tiene a su afición en el mismo exacto sitio que ante Bulgaria en Estados Unidos 94, ante Alemania en Francia 98, ante Estados Unidos en Corea-Japón 2002, ante Argentina en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, ante Holanda en Brasil 2014.
“Maldito corazón, me alegro que ahora sufras. Que llores y te humilles ante este gran amor”.
Hace una semana, la estatura de México se medía por haberle hecho la vida difícil a Alemania. Pero a Alemania le hizo también difícil la vida Suecia el pasado sábado, aunque perdiera. Y a Alemania le ha hecho la vida imposible hoy Corea, derrotándola por un gol de diferencia más que el Tricolor. Y ya desde ahora puede garantizarse que ésta será recordada como la peor Alemania en toda la historia de los mundiales, dado que nunca antes, ni en sus versiones más grises, se había quedado en la ronda de grupos. Esta historia la vivimos en todas y cada una de las Copas del Mundo: el gigante que de entrada todos ponderan invencible, y al que de últimas todos aseveran que ya sabían inservible. No tiene sentido meterse a debatir en demasía si la Alemania contra la cual jugó México contabilizaba todavía como gigante invencible, o contabilizaba ya como piltrafa inservible. En la numerología y en los logros, México derrotó por vez primera en un Mundial a un campeón vigente, y eso tiene su indebatible mérito, eso entraña en sí mismo un pasito (pasito nomás) hacia adelante. Sólo que México no vino a Rusia para eso, y muchos se congratularon olvidándolo. México vino a Rusia para instalarse entre los mejores ocho del torneo.
“La vida es la ruleta en que apostamos todos”.
Quizá el rasgo más alarmante durante la derrota mexicana de hoy en Ekaterimburgo, corresponda al derrumbe anímico del equipo. La presión comenzó a comerse al Tricolor desde la primera mitad. Y si bien por algunos lapsos daba la impresión de que iba consiguiendo revertirla a partir de la recuperación de su futbol, bastaba un manotazo sueco sobre la mesa para que el temor se recobrara íntegro. Y el temor devino franco miedo con el primer gol. Y el miedo devino pánico con el segundo. Y con el tercero se pasó del pánico a una desolación medio resignada. El temple emotivo, la mentalidad, el carácter, que esta generación de jugadores ha proclamado como su más ostentosa seña de identidad, quedó reducido a nada durante los últimos quince minutos de juego.
“Y a ti te había tocado nomás la de ganar. Pero hoy tu buena suerte la espalda te ha volteado”.
Sería erróneo que mañana jugadores y cuerpo técnico comenzaran a evaluar íntegro su paso por la primera ronda a partir de la derrota contra Suecia. Pero sería peor (y a este equipo tiende a darle más bien en automático por ese lado) minimizarla, aseverar que no borra todo lo bueno que se había hecho, que se trató de un mero accidente, de una irrepetible anomalía. Hoy Suecia no se limitó a ganarle a México; hoy Suecia le pasó por encima en todos los órdenes. Y si el juego inicial frente a Alemania sirvió para exhibir al máximo todas sus conquistadas virtudes, este papelón —por pura fortuna no definitivo— ha permitido desnudar hasta el último de sus vigentes defectos.
“Fallaste, corazón: no vuelvas a apostar”.
Imagen EFE