Revolución 3.0

La política electoral mexicana no pasa de ser un teatro de sombras cuyo telón de fondo está compuesto por el malestar social, las promesas olvidadas que “ahora sí se cumplirán”, aderezadas por largas peroratas sobre las bondades del régimen económico, los malos entendidos acerca de la aplicación de la ley a los gobernantes deshonestos, las dificultades para avanzar en un país de funcionarios ineptos que se dedican a denigrar el ejercicio de poder mientras rinden honores a la cultura de la corrupción…

En medio de este entramado narrativo, como si algo faltara, se aprueba a ojos ciegos la Ley de Seguridad Interior, con el argumento de que es necesaria porque las corporaciones policiacas se han corrompido o no están bien preparadas para cumplir con sus obligaciones. Al escuchar este argumento, se crea la impresión de que dichos organos de control civil son ajenos al aparato gubernamental.

La realidad es que si la seguridad pública, con toda la infraestructura para la impartición de justicia, falla, es porque falla el ejercicio de poder gubernamental. Así, el problema es de gobierno, no de policías, ladrones y militares. Además, la militarización de la vida pública, por cualquiera de sus razones, es un acto violatorio el marco constitucional y de las leyes internacionales a las cuales el país está comprometido; por eso es necesario escuchar las voces de los especialistas y de los organismos internacionales como la ONU y de los Derechos Humanos que así lo han declarado una y otra vez.

Asumiendo el beneficio de la duda, tendríamos que preguntarnos qué se debe entender por SEGURIDAD INTERIOR.

A falta de otra definición, asumamos que la seguridad interior se refiere a la seguridad pública, al interior de un territorio, llámesele municipio, estado o nación, la cual está regularmente a cargo de las corporaciones policiacas e instituciones judiciales. De ser así, esta nueva ley estaría desplazando estas acciones al ejercito, la marina y la fuerza aérea, con la agravante de que podría actuar a discreción y, por intuición, cuando sus propias autoridades lo juzguen pertinente.

Desde esta perspectiva, el ejercito podría salir a la calle en caso de una manifestación multitudinaria, ya sea de protesta laboral, convocada por organizaciones civiles no gubernamentales para denunciar actos de corrupción gubernamental, o de algún partido politico que “ponga en riesgo” la estabilidad gubernamental impuesta por otro partido en el poder.

Consideremos que en tiempos de crisis sociales e inestabilidad institucional, las protestas son actos ordinarios y, cuando se dan ante un gobierno débil y temeroso, pueden ser consideradas como manifestaciones peligrosas, que requieren acciones extraordinarias. La historia nos señala que la combinación de miedo y autoritarismo suele traer consigo represión y ciego abuso de poder.

En política nada es gratuito, así es que la promulgación de esta ley, justo cuando empiezan las campañas presidenciales tampoco debe serlo. Parece que los once años de presencia militar en las calles, como una fuerza irregular encargada de la seguridad pública, han servido para preparar a la población para volver normal aquello que en sí mismo es inconstitucional: el ejercito en la calle cumpliendo funciones policiacas.

Once años en las cuales las fuerzas militares han recibido una cantidad de dinero infinitamente mayor que el presupuesto destinado a la educación pública (con todo y la fallida reforma educativa), el desarrollo científico y tecnológico, el fomento productivo en zonas marginadas, para combatir la pobreza, la desigualdad social y la marginación integral, salvo, claro está, en periodo de campañas electorales en donde el dinero otorgado a los partidos políticos es insuficiente para la democrática compra de conciencias y votos y el fomento corporativo de la corrupción gubernamental.

Ojalá sea un mal sueño, pero tal vez en poco tiempo, apoyada en las nuevas leyes que regularán la “libertad de expresión” (ley mordaza) esto que escribo pueda considerarse como un acto de sedición que atente contra la seguridad interior y el ejercito venga por mí.

¡A los creyentes y borrachos les deseo felices fiestas navideñas!… aunque no hayan recibido su aguinaldo completo… Bueno ¡a todos los demás también!

Opinión 3.0

El teatro electoral y la seguridad interior

Por: Mario Torres López