Hay ángeles que son inquietos, que no pueden estar en un solo sitio. Un día llovía a cántaros y en medio de ese palo de agua, Dios se relajaba, viendo la inmensidad de su obra, uno de sus ángeles de esos súper inquietos, se dió cuenta del descuido y en pleno aguacero, bajó sin poner atención, por el agua en dónde caía, salió, cayó en un pueblito al sur de América. Llegó hecho bebé, una madrugada lluviosa del del 28 de Junio del 1954.
Al día siguiente cuando baja la lluvia, Dios volvió a sus quehaceres y lo primero que hizo fue pasar lista. De repente se dió cuenta se le escapó un ángel. Enfurecido volteó al universo, revisó planetas y constelaciones y nada que lo conseguía. Mientras tanto en la tierra seguía creciendo ese ángel inquieto, felíz, sonriendo aprendiendo, soñando, en la tierra era tan inquieto como en el cielo, la familia humilde en la que nació, lo regañaba, su abuela le reclamaba por inquieto y disposisionero. Así fue creciendo desarrollándose y se hizo pelotero, soldado y en su inquietud se dió cuenta que muchos sufrían y no entendía, por qué si Dios nos dió tantos recursos y nos hizo iguales, unos pocos se habían agarrado todo y sometían a las mayorías a las peores penurias. Mientras Dios cada vez más enfurecido seguía buscando, regañaba a San Pedro, le preguntaba: Quisiera saber quién le abrió, quién le abrió? San Pedro siempre alcahueta, aguantaba el regaño, ya le había sucedido algunas veces y el sabía dónde caían los ángeles inquietos.
Siendo soldado por su inquietud, fue levantando a todo el mundo, sentía la necesidad de cambiar las cosas, nada estaba como debía, la gente se le fue uniendo y un día, cansado de tanta desigualdad, lanzó una rebelión, falló, pero quienes lo capturaron no se imaginaban lo inquieto que era, en un descuido, declaró al mundo y en pocos segundos una derrota, la transformó en la mayor victoria de la historia. Mientras tanto Dios molesto, comenzó a entrevistar a los ángeles más inquietos, casi siempre entre ellos se hacen tremenduras en el cielo y así iba uno a uno preguntando: tú Ernesto qué un día estuviste allá, debes saber a dónde fue y así iba preguntando y preguntando, los ángeles inquietos, ni al mismo Dios se delatan son muy tremendos.
El ángel inquieto se hizo grande, salió de la cárcel y tomó lleno de amor el pequeño país en el que había llegado, lo recorrió y lo transformó, ya nada sería igual, la gente había cambiado, el solo no podía cambiarlo todo de golpe, pero sin darse cuenta ya lo había hecho, siguió creciendo y cada vez más gente lo acompañó. Se hizo líder del pequeño país, luego del continente y luego del Mundo, sus ideas recorrieron todo el planeta y sus acciones dieron vista a quien no la tenía, dieron dignidad a quienes fueron pisoteados, dieron amor a quienes nunca quisieron, dieron luces a quienes estuvieron en la oscuridad, dieron fuerza al débil y valentía al temeroso. El ángel inquieto estaba felíz y se dió cuenta que había valido la pena el escape. Pero hizo tanta ruido y tanta felicidad que Dios escuchó la algarabía, volteó y lo vió al verlo, grande, maduro, hermoso, se puso a ver su recorrido, sin demostrarlo soltó una lágrima y sin decirlo decidió dejarlo unos días más, bajó, conversó con él y le dijo, hijo mío sabes debes venir a casa, Hugo tu no eres de este mundo, vuelve a mí, lo que haz hecho no tiene comparación, pocos se han atrevido a hacer lo que tú.
Deja todo en orden y vuelve a casa. Hugo se quedó solo, pero sus años en la tierra le enseñaron muchas cosas y sonrió, vió hacia atrás y se dió cuenta que no le había pasado como al Ángel Simón que había arado en el mar o al Ángel Ernesto que lo habían dejado en el camino, o al Ángel Salvador que lo habían detenido. No, a él a Hugo no lo pudieron detener, ganó todas las batallas y dejó el camino preparado para resistir las que vinieran. No sin tristeza, conversó con sus cercanos, luego con su pueblo y con una lágrima y una sonrisa se despidió. Al retirarse subió con su padre en la puerta lo esperaba junto a San Pedro, le dijo: bienvenido hijo sabes muy bien que los ángeles no merecen estar allá abajo, pero tú demostraste que un ángel va a dónde lo necesitan. Ese Ángel inquieto fue Hugo Chávez.
Quien voló por estas tierras y se fue sonriendo seguro que había cumplido su tarea. Ahora seguro estoy podremos continuar la nuestra.
Gustavo Villapol, soldado de Chávez