Milpa Alta, Distrito Federal. Por el camino de brechas en la montaña de Milpa Alta, un tronco derribado tiene un letrero: “Este árbol fue cortado con autorización para la fiesta del Santo de la Misericordia”. Al lado pasan las decenas de jóvenes que ejercen la labor de guardias forestales: abren brechas contra los incendios y vigilan que no haya talamontes ilegales. Su trabajo es mantener al bosque vivo y sano.
El bosque de Milpa Alta, al sur de la Ciudad de México, está amenazado por talamontes coludidos con el crimen organizado y por la amenaza del saqueo del agua por parte de las autoridades del Gobierno del Distrito Federal. Este pueblo originario vive también la amenaza constante de que el gobierno desconozca a sus autoridades comunales.
En febrero del 2010, un ventarrón derribó más de 92 mil árboles de esta montaña. A raíz del fenómeno natural, la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) dio autorización para que los indígenas utilizaran con fines domésticos el arbolado derribado. Sin embargo, fueron los talamontes quienes aprovecharon esta oportunidad y es donde se originó el problema, explican los comuneros.
Los comuneros de Malacachtépec Momoxco (nombre que se le dio en la época precolombina a este lugar) son guardianes del agua y el aire para la ciudad más grande de América Latina. Se organizan para cuidar el bosque por medio de brigadas.
La seguridad y cuidado del Bosque
Llegar al bosque de Milpa Alta no es fácil para un habitante del Distrito Federal. El transporte público, cada vez más lento, alarga el trayecto hacia una comunidad rural dentro de la ciudad.
En el camino hacia la representación comunal en el pueblo de Villa Milpa Alta se cruzan aromas de frutas, hierbas y carnes, que se venden en uno de los mercados quizá más antiguos de la ciudad.
Son las 6:40 de la mañana. Dos camiones de redilas esperan la partida. Dentro del local de la representación comunal una docena de jóvenes se preparan para subir a la montaña. La mayoría de los vigilantes o Brigadas Forestales que esperan la orden de salida son jóvenes de los pueblos, muchos de ellos hijos de comuneros, con conocimiento de las plantas y capacitados para el cuidado del bosque. Son menos de un centenar de guardianes que todos los días suben a la montaña a abrir brechas “mata incendios” y a apagar los posibles fuegos.
Estos jóvenes vigilantes reciben una compensación de 2 mil 500 pesos por concepto de Servicio Ambiental, labor que es gestionada por la representación de comuneros. El trabajo consiste en cuidar las más de 21 mil hectáreas de montaña, y los comuneros consideran este sistema parte de los logros de la lucha de su pueblo.
En la representación comunal, los vigilantes se alistan para la tarea de reconocimiento del territorio con geposicionamientos e inventarios de los de lugares a observar. Revisan los mapas que ilustran el saqueo y tala de árboles en el extenso lugar que vigilarán.
El trabajo no se hace “a la aventura”. Estos milpaltenses saben perfectamente cuál es la orden del día para trabajar en el bosque. Son cerca de la 9:00 de la mañana, y las camionetas comienzan su recorrido.
José y Manuel explican que un día se encontraron a cerca de 30 personas armadas, que les quitaron una camioneta y los amenazaron. Este incidente originó “que nos organizáramos más para defender nuestra casa”, explican. Las autoridades institucionales quisieron organizarlos, pero “nadie puede arreglar una casa si el dueño no quiere, y son ellos los que tienen que hacerlo”.
Montaña y memoria
Una de las entradas para la montaña se encuentra en San Pedro Actopan. Una caseta de la Vigilancia Forestal de los bienes comunales da el paso.
Dentro de la montaña, que se considera como zona de reserva ecológica, conviven oyameles, pinos y encinos. Conocedores de las plantas, como Estanislao García Olivo, explican las propiedades de musgos y hierbas que les sirven para curar.
En medio del bosque una infinidad de brechas atraviesan las miles de hectáreas. Una de ellas guía a las más de 5 mil personas que año con año atraviesan la montaña para peregrinar al santuario del Señor de Chalma. Otros señalamientos, con una fecha amarilla, dan cuenta de la peregrinación para ver al Cristo de Sacromonte en Amecameca.
El bosque se encuentra tan limpio que sólo los listones y carteles que prohíben cazar conejos pueden apreciarse en un bosque repleto de árboles de sombra.
Con la cara llena de polvo y después de dos horas de camino, los guardianes se bajan para abrir las brechas anti incendios. El uniforme que utilizan son botas de minero, pantalón tipo cargo, camisola de manga larga y gorra, sombrero o boina. Algunos llevan gafas y suéter con gorra, o lentes contra el polvo. La tarea, relata el joven José, les lleva de las 6 de la mañana a las 3 o 4 de la tarde. Después tienen que esperar por si existe un llamado para apagar algún incendio o si existe peligro de talamontes.
El cerro sagrado de Tlaloc y el volcán Teutli cuidan a quienes vigilan la montaña. Se trata de una cadena de volcanes -Cuauhtzin, Chichinauhtzin, Tetzcacóatl, Acopiaxco, San Bartolo y Ocusacayo-, todos ellos por encima de los 3 mil 100 metros sobre el nivel del mar. El punto más alto de Milpa Alta es el Tlaloc, con más 3 mil 690 metros.Los comuneros señalan con el dedo: “Allá arriba están los restos de las barricadas que Zapata ocupó”, precisa uno de ellos.
En algún lugar del bosque, atraviesan la maleza algunos rieles del tren que traía al dictador Porfirio Díaz a cazar venado, relatan los vigilantes.
Los guardias forestales platican al lado de un gran cráter. “Dice mi abuelo que si avientas un tronco, regresa”, relata uno de los jóvenes. En ese orificio de la montaña, que tiene una altura de más de 100 metros, existen dos bóvedas.
Para estos comuneros, la muerte tiene historia. En una parte de la montaña, cada 5 de febrero, “morimos con Guillermo Staines, Ramiro Taboada y el Xomótl”, cuenta Estanislao García. Son memorias de una montaña viva, de un pueblo que asumió la obligación de cuidar la naturaleza. Entre humo y cenizas de incendios viven los guardabosques y vigilantes.
Montones de arboles que cayeron son donados para las fiestas tradicionales y religiosas. En ellos se lee: “este árbol fue cortado con autorización para la fiesta del Santo de la Misericordia”, dejando ver que los pueblos tienen el control de su bosque, agua y aire.