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El Premio Nobel de Literatura no tiene rostro de mujer

Rosario Herrera Guido

¿El Premio Nobel de Literatura para mí?
¡No, para Isak Dinesen!
Ernest Hemingway

En marzo de 2003, como acostumbraba, después de salir de uno de mis propios trabajos de análisis, paseaba por la avenida Amsterdam, en la colonia Hipódromo Condesa, o me internaba en La Casa Refugio Citlaltétl, para disfrutar de alguno de sus siempre espléndidos foros culturales. En esta ocasión se encontraba Svetlana Alexievitch, a quien el diario La Jornada notificaba que el día 26 de marzo había tomado la palabra en el Palacio de Bellas Artes. En ese día tenía, sin saberlo, el honor de conocer y escuchar a la futura Nobel de Literatura 2015. Aunque por su lengua rusa era difícil el diálogo y la comprensión, no se me olvida que destacaba cual estrella nova por su sencillez. Era evidente que prefería observar a ser mirada y escuchar que hablar. Desde entonces se sabía que su literatura se alimentaba de la escucha y que estaba en la lista de los Premios Nobel.

Svetlana Alexievitch, ahora ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015, cuenta con varios libros publicados, que no son de ficción, como La guerra no tiene rostro de mujer (1983), El hombre rojo. La voz de la utopía (1985), Últimos testigos (1985), Los chicos del zinc (1989), Hechizados por la muerte (1994), Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (1997) y El fin del homo sovieticus (que será publicado por Acantilado en 2016), entre otros. Donde recoge testimonios y los entreteje hasta formar la gran urdimbre de una historia. De vez en cuando entra su propia voz, para destacar un aspecto singular. Todos son temas con heridas abiertas o cicatrizadas por la violencia de nuestro bruno tiempo, que no deja de asombrarla. Por lo que busca las voces capaces de expresarla. Así, las historias de las mujeres enroladas en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, la catástrofe de Chernóbil, los soldados soviéticos enloquecidos en la Guerra de Afganistán o el derrumbe del Imperio Comunista tras la Perestroika y la debacle de la URSS.

Como sugiere la misma Svetlana Alexievitch, con los recursos del periodismo pretende ir más allá, hasta poder contemplar la tierra desde el cielo. Sin prisa, cada uno de sus temas le toma años redactarlo. Más allá de la desesperanza y del llanto, sus relatos son alucinantes.

Svetlana Alexievitch, apasionada por la realidad, delata sin gritar realidades insufribles, realidades de pesadilla, provocando una experiencia aterradora: “La acostamos sobre la puerta. Encima de la puerta sobre la que un día reposó mi padre. Hasta que trajeron un pequeño ataúd […] como una caja de muñeca […] Quiero dejar testimonio: mi hija murió por culpa de Chernóbil. Y aún quieren que nosotros callemos. La ciencia, nos dicen, no lo ha demostrado, no tenemos bancos de datos. Hay que esperar cientos de años. Pero mi vida humana… Es mucho más breve. No puedo esperar. Apunte usted. Apunte al menos que mi hija se llamaba Katia… Katiusha. Y que murió a los siete años” (Svetlana Alexievitch, Voces de Chernóbil, Crónica del futuro, Debate, 2015).

No estamos ante la “banalidad del mal” de Hannah Arendt, sino frente a la “normalidad del mal”, pues la mayoría de los seres humanos se conforman con reducirse a cobardes testigos de grandes canalladas que callan. Pero —como Goethe— “no hay futuro sin esperanza”, o en palabras de Walter Benjamin: “Para quién es la esperanza si no para los desesperanzados”. De aquí que Svetlana Alexievitch muestre que tras la tempestad tiene haber un puerto amable.

El Nobel de Literatura 2015, para una periodista y escritora como la bielorrusa Svetlana Alexievitch, quien advierte el totalitarismo afecta tanto a los verdugos como a las víctimas, anuncia una gran batahola, pero ahora no por las catástrofes relatadas en sus obras, sino por la noticia mundial del Nobel de Literatura 2015, para una mujer y periodista, quien sigue denunciando el nacionalismo soviético que se apodera del país, justo cuando se esperaba un nuevo comienzo. Pero como enemiga de las revoluciones, Alexievitch se pronuncia por caminos sin sangre, que sólo pueden ser descubiertos a través de la tolerancia.

La guerra no tiene rostro de mujer, los testimonios de las mujeres soviéticas que sobrevivieron a la II Guerra Mundial, su primer libro, recuerda la trasgresión de la escritura tradicional sobre las mujeres combatientes, donde en lugar de inclinarse por una prosa heroica, relata las atrocidades que provoca el rechazo a su publicación en Bielorrusia, pero que en tiempos de la Perestroika es editado en Rusia, donde en el marco del 40 aniversario de la victoria sobre los nazis, es elogiado por Mijail Gorvachov, con lo que pronto alcanza 2 millones de ejemplares y múltiples reediciones futuras.

La guerra no tiene rostro de mujer, evoca también que el Premio Nobel de Literatura no tiene rostro de mujer, pues desde su comienzo en 1901, sólo 12 mujeres lo han ganado en más de un siglo de premiaciones y por el misógino comentario de que la Academia Sueca premia a Svetlana Alexievitch por su odio a los rusos. Qué alivio que Elena Poniatowska, al enterase de su premiación declara: “Me da un gusto enorme que sea una mujer la que haya obtenido el Premio Nobel de Literatura, y es que en general siempre nos hacen menos, más si somos periodistas”.

14 octubre, 2015
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