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El viaje exótico de unos mexicanitos al medio oriente

Antonio Aguilera / @gaaelico

“No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable”.
                     Mario Benedetti

La monarquía absolutista de Arabia Saudita, que es sunita wahhabista, recibió a un estupefacto Enrique Peña Nieto con la pompa tradicional que tienen los jeques árabes para recibir a autoridades extranjeras, en especial a las occidentales: con una expresión de la magnificencia, suntuosidad y el poder de la región con mayor producción petrolera del mundo. Para ellos, había excesos en la recepción al mandatario mexicano, en su despliegue militar y su caravana de cimitarras en forma de arco, que fueron blandidas por decenas de miembros de la guardia real para que cruzara Peña Nieto en medio de un estado de estupor.

Atónito, el presidente mexicano se sintió obligado a corresponder al aparatoso despliegue de lujos y fastuosidad con que lo halagó el rey saudita Salman bin Abdulaziz Al Saud, por ello ordenó la entrega de la Orden del Águila Azteca–máximo galardón que el gobierno de México otorga a extranjeros– durante la gira que realiza por países árabes.

Si bien, Peña Nieto quería congraciarse con el monarca millonetas que controla la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), a fin de aliviar un poco el nivel de depresión del crudo mexicano, que se encuentra en los infiernos de los precios internacionales, por otra parte, exhibió una pobreza cultural al imponer un reconocimiento a un personaje que aplica una política despiadada, inhumana y salvaje en contra de los ciudadanos que se dignen a señalar su investidura real.

De acuerdo a nuestras tradiciones protocolarias, la Orden del Águila Azteca se entrega para reconocer a extranjeros que han prestado servicios prominentes a la nación mexicana o a la humanidad y, en casos excepcionales, para corresponder por cortesía a las distinciones de que sean objeto funcionarios mexicanos. Este último ápice, fue la justificante de Peña Nieto para reconocer el “valor humanitario” de un gobernante déspota, quien mandó a ejecutar el pasado 02 de enero a 47 personas acusadas de insurrección y por ser integrantes de organizaciones terroristas.

La Orden del Águila Azteca es una condecoración que siempre han recibido extranjeros por servicios humanitarios, entre los que destacan Gabriel García Márquez, Luiz Inácio Lula da Silva, Joan Manuel Serrat, Nelson Mandela, José Mujica y Placido Domingo, entre muchos otros. En los últimos años, la entrega de esta distinción por parte de las autoridades mexicanas se trivializó, ya que fue otorgada a personajes como Mariano Rajoy, Bono el Vocalista de U2, o la reina Letizia de España.
Pero ahora, derivado de un choque cultural exótico, Peña Nieto optó por encumbrar al rey de Arabia Saudita, no obstante que, en su país, en donde impera un sistema absolutista, los derechos humanos no existen.

En Arabia Saudita no es posible ninguna manifestación pública que no esté alineada con la ideología de las autoridades que gobiernan, una monarquía autoimpuesta que se cobija bajo el paraguas de la religión. Esto lleva al país a una situación de represión institucionalizada e inmovilista que empeoró tras los atentados del 11 de septiembre.

Las autoridades recluyen sin juicio a miles de acusados de terrorismo. Según Human Rights Watch, la minoría chiita sufre discriminación sistemática en el acceso a la educación, justicia y empleo y son habituales las ejecuciones y condenas a prisión de activistas por los derechos humanos, presos de conciencia, homosexuales, y también las mujeres, son objeto de una feroz discriminación. Tal vez por su condición de mayor exportador mundial de crudo, la monarquía saudita, es aceptada con la complicidad de Estados Unidos y las potencias occidentales, que hacen caso omiso a su comportamiento.

Pero ahora, tras la decapitación a inicios de año clérigo saudí Nimr Baqir al Nimr, un crítico virulento al poder de Riad, la situación se tensó en el medio oriente, tras la reacción del gobierno de Irán por la política de terror de los sunitas contra los chiitas en las tierras que vieron nacer al profeta Mahoma.

Tal vez los consejeros de Peña Nieto le informaron que no tocara ningún punto relativo a política exterior, por ello el viaje presidencial se orientó más al placer y a la contemplación de los escenarios mágicos que alguna vez llegara a relatar Scheherezade en las Mil y una Noches.

Otro episodio que retrata nuestra visión turística de la política exterior (olvidémonos pues de la geopolítica), es la situación por la que atravesaron las periodistas mexicanas que acompañaron al presidente en su gira. Algunos medios nacionales no tuvieron empacho en demostrar con un radiante orgullo (como para esconder una supina ignorancia), imágenes de sus reporteras ataviadas con el obligatorio hiyab, el velo que les cubre la cabeza y el pecho.

Las periodistas se dejaron ver en las entrevistas que ofrecieron el mandatario mexicano y el monarca saudí, que las miraba con recelo. Las notas publicadas, hablaban de la opulencia de los países árabes, de la potencialidad económica de México y hasta de las reformas, pero nunca les dijeron a sus lectores mexicanos que, por el simple hecho de ser mujeres, en ese suntuoso reinado tenían prohibido asistir a los eventos protocolarios del rey, o siquiera dirigirle la palabra.

Y incluso, en los aspectos más cotidianos, vivieron en carne propia lo que en esa cultura padecen las mujeres: no pueden asistir a los cines; acudir a los gimnasios de los hoteles; no pueden ingerir determinados alimentos que sólo están autorizados para los hombres, como la carne de cerdo; no pueden acudir solas a centros comerciales, y no pueden mezclarse con los hombres en los cafés.

En ese país, en donde las mujeres no pueden votar, el pasado 27 de septiembre, una mujer fue condenada a recibir diez latigazos por cometer el osado delito de conducir un automóvil.

Es sabido que las mujeres saudíes están sometidas a la custodia de un varón, que puede ser el padre, el marido o, en su defecto, otro varón de la familia. Sin su autorización no pueden –entre otras cosas- trabajar, viajar al exterior o ser intervenidas quirúrgicamente; tampoco pueden maquillarse, y todo el tiempo deben portar el abaya, una prenda que les tapa el cuerpo por completo, ya que se puede multar a una mujer por simplemente mostrar un dedo del pie.

No deja de sorprender que en México existan muchos medios de comunicación que no se cansan de señalar que en países como en Venezuela o en Cuba no hay democracia, pero guardan absoluto silencio cuando sus reporteros acuden a un país en donde no existen los derechos humanos, en donde las mujeres viven en la más rígida sumisión y en donde no hay oposición al régimen.

Al final, el costoso viaje del sequito mexicano por las tierras arábicas, será un buen recuerdo que se demostrará con algunos souvenirs, pero culturalmente, nuestra delegación exhibió una sonora pobreza cultural e histórica.

20 enero, 2016
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