Corazón 3.0


Senegal 2, Polonia 1: Azar objetivo o magia negra

Una de las campañas publicitarias más machaconas en palero respaldo al seleccionado tricolor, viene proclamando desde hace meses la tramposa engañifa de que la suerte no juega. Filosofía de bolsillo a la medida del mediocre ideario empresarial en boga, según la cual la voluntad lo puede todo. Supongo que lo peor que les puede pasar hoy a los polacos, es que les receten alguno de los anuncitos esos.

La verdad es que hoy Polonia no merecía ganar. Su falta de creatividad, la permanente imprecisión en casi todas las zonas del campo, así como el plomizo desdibujamiento de los hipotéticos abastecedores y complementos de Lewandoski (e incluso de Lewandoski mismo), dejaron en nada los elogiosos augurios que un sector de la crítica especializada habían venido deparándole. Y acabó sumiendo en un pasmo entristecido a la nutrida concurrencia rojiblanca que se dio cita en la Otkrytie Arena del Spartak de Moscú, dada la inmediata vecindad entre los territorios polaco y ruso.

Pero los dos goles que consumaron su derrota, si nos atenemos a las leyes de la probabilidad y de la lógica, no debieron caer jamás. Enlistar de antemano la suma de accidentes indispensables para ver realizado sobre todo el segundo de ellos, hubiera violentado la credulidad hasta de los temperamentos menos escépticos.

Vaya y pase como normal, como habitual, como poco probable pero siempre potencialmente incluido en la agenda, el tanto que abrió el marcador. Gueye concluye una intentona ofensiva senegalesa con un inocuo disparo a puerta, para el cual ni siquiera hubiera sido necesaria la recostada que sobre su lado derecho amagaba ya el guardameta Szczesny. Pero en el camino se estrella el manso balón en la pierna del central Cionek, para cambiar de dirección e irse a alojar a la red (con lentos y lastimeros botes) pegado al palo izquierdo. Hemos visto cientos de veces las misma situación, la misma jugada casi. Y aunque en muchas de ellas cabe atribuirle cierta dosis de responsabilidad al defensivo, el resto pasa a convertirse en exclusivo patrimonio de la suerte: mala para quien recibe el gol, buena para quien lo marca.

El segundo gol, el que convirtió en invitado de lujo al objetivo azar y a la negra magia, para jolgorio de los africanos y calvario de los eslavos, amerita una descripción algo más larga, en agoreros y cabalísticos trece tiempos:

 

  1. No se han cumplido aún quince minutos de la segunda mitad. Cerca de la media luna del área polaca, el delantero de Senegal M’Baye Niang disputa un balón por alto; su marcador rechaza de cabeza y, de manera accidental, al caer lo pisa en un pie.
  2. Niang queda derribado en el sitio del accidente, pero Polonia, urgida por lanzarse en busca del gol del empate, se niega a echar el balón afuera. Los senegaleses exigen airados que sus rivales lancen la pelota por la banda; sus rivales no se dan por aludidos.
  3. Está listo para entrar de cambio un mediocampista en reemplazo de Mame Diouf, el otro delantero de Senegal.
  4. La jugada en curso sólo se interrumpe mediante una falta cometida por los africanos hacia la banda izquierda de su propio terreno. Conato de bronca: los de piel negra invocan el fair play, los de piel blanca aseguran que el caído está fingiendo
  5. El árbitro asistente enciende la pizarra con el número de Diouf; Diouf se encamina hacia la banda contraria a la que albergó el conato de bronca; Niang abandona la cancha para ser atendido, muy cerca del lugar donde está por realizarse el cambio.
  6. Aliou Cissé, entrenador de los senegaleses, pero con más pinta de estrella del reggae que de otra cosa, en el último momento se apresura para detener la modificación, hasta no saber cuál es la situación de su jugador lesionado.
  7. Se reanuda el partido con el cobro de la falta que acababan de cometer los africanos, y la acción se concentra en las inmediaciones de su área grande.
  8. El cuerpo arbitral autoriza el reingreso de Niang, quien finalmente se ha recuperado del pisotón; al ingresar se halla en una zona más bien remota de donde se concentra en ese instante el flujo del juego.
  9. El rechace de un zaguero de Senegal obliga al mediocampista polaco Krychowiak a lanzar con algo de apuro un pase de seguridad hacia su zona de resguardo desde media cancha.
  10. El defensor Bednarek (ingresado para la segunda mitad) ve de inmediato venir el balón, pero tarda un segundo en ver venir, a toda velocidad, a Niang desde la banda por la que acaba de ingresar.
  11. El delantero africano, hace dos parpadeos fuera del partido, hace un parpadeo lejos de cualquier alternativa de participación en la jugada, de súbito se encuentra en ventajosa posición para aprovechar su imprevisto desarrollo.
  12. Bednarek duda, o tal vez asume que su guardameta está adecuadamente situado para salir a encontrar el balón. Y así sería, si no viniera Niang encarrerado en diagonal cual aérea gacela, cual trepidante antílope, cual león hambriento.
  13. Niang gana la pelota entre defensa y portero; soporta el estéril intento de empujón que Bednarek —entendiendo por fin en la que se ha metido—aventura; deja atrás al guardameta, toca suave sobre el arco desguarnecido. Gol, gol, gol.

 

Los polacos, encabezados por Lewandoski, rodearon al árbitro para reclamarle que hubiera permitido la entrada de Niang, dándole oportunidad de obtener ventaja de su posición. Supongo que el árbitro debió contestarles que él autorizó el regreso de Niang porque a todas luces estaba inhabilitado para poder participar de la jugada. ¿Por qué no aguardó a que la pelota saliera? Sin duda porque Polonia estaba atacando, y no había razón para mantener a los senegaleses en inferioridad numérica cuando procuraban defenderse tumultuariamente, a piedra y lodo. Acaso el único digno de algún relativo reproche haya sido Bednarek, sorprendido en simultáneo por el balón retrasado de improviso desde su medio campo, y por la veloz reincorporación de Niang. Pero la verdad es que todo fue cosa de suerte. Mala para el árbitro, para Polonia, para Bednarek, para Krychowiak; buena para Senegal, para Niang, para Cissé.

El narrador televisivo manifestó su franca suspicacia ante la lesión de Niang, dada la carrera que acababa de mandarse, pero la verdad es que eso no modificaba mayormente los extravagantes términos de lo ocurrido. Unas cuantas jugadas más tarde, Diouf debió abandonar el partido por obra de otro pisotón, que vino a rematar los estragos del previo; sí, en el mismo pie.

Y es que la suerte sí juega. Otra cosa es ya dejar íntegra en sus manos la opción de ganar o no.

Hoy, la suerte favoreció al que fue mejor (no demasiado), y eso es de agradecer, pues no olvidemos la cantidad de ocasiones en que ha elegido las justas mundialistas para vestirse de duende malandro,  favoreciendo a quien menos lo merecía. Senegal, aunque a cuentagotas, con pequeñas pinceladas, nos ha hecho descansar el alma a muchos, ya temerosos de que el África negra volviera a irse de buenas a primeras por la puerta de atrás, terminando de diluir hasta el perfume de todas las hermosas promesas incumplidas que algún día nos regaló.

19 junio, 2018
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