Internacional


Tiroteos en los EE.UU: una violencia estructural

Brice Calsapeu Losfeld

En la película de los hermanos Cohen, No country for old man (2007), adaptada de la novela epónima de Cormarc McCarthy (2005), el lacónico sheriff y veterano de la Segunda Guerra Mundial, Ed Tom Bell, caracterizado por Tommy Lee Jones, parece extrañar la vieja violencia “controlada” por el honor. En el Texas de principio de los años 80, el narcotráfico hizo cambiar el rostro diario de la violencia que se vuelve ordinariamente sádica y gratuita.

Es cierto que la aparición de nuevos agentes en el mercado de la delincuencia puede cambiar el rostro de la violencia. Europa del Oeste con la llegada de las llamadas mafias del este después del colapso del muro, o la violencia impresionista que se desata cuando empieza una guerra entre carteles por el control del espacio, ejemplifican la llegada de un nuevo actor que cambia las prácticas de violencia “regularizada”  con el afán de imponerse en el mercado por medio de una despliegue desordenado de violencia sádica y expeditiva.

El relato de los hermanos Cohen esconde a primera vista otro relato divergente de la narración fundadora de los EE.UU. como país civilizador en un perpetuo combate contra la barbarie. La película subvierte los tópicos del género vaquero y de esa manera denuncia el cansancio de la violencia fundadora. Como lo recordó la historiadora Priya Satia, (Empire of Guns The violent making of the industrial revolution, Random house 2018), las armas de fuego y la pólvora están en la base de la expansión capitalista anglosajona. El mismo mito de la nación de pioneros en expansión que tiene derecho a autoprotegerse en la frontera sirve para justificar la actualidad histórica de la Segunda Enmienda a la Constitución de los EE.UU (1787).

En un país donde circulan según un estudio del Congreso del 2012, unas 310 millones de armas por una población casi igual en número, o sea 88,8 armas por 100 habitantes,  es de extrañar que las matanzas no sean más. Si consideramos el estado de miedo y  la sensación de asedio permanente propagada por los medios culturales y la política exterior de los EE.UU, las estratificaciones raciales y clasistas extremas (más de 40 millones de americanos viven en la pobreza) que compartimentan, desolidarizan y polarizan las poblaciones, sin olvidar la extrema violencia de los cuerpos de seguridad, lo extraño sería más bien que no haya más matanzas.

Cabe subrayar que el número de muertos por armas de fuego está al mismo nivel de los dos lados del Río Grande, más de 30.000 muertos cada año, con la excusa que México está involucrado en una supuesta guerra contra el narco. Los tiroteos masivos son la punta ensangrentada del iceberg. El año 2018 no augura un cambio de tendencia. Según el sitio Gun Violence Archive (http://www.gunviolencearchive.org/), a la fecha de este 26 de febrero 2018, las armas de fuego cobraron 2247 vidas e hirieron 3842 personas en suelo nacional. A este número tendríamos que añadir las cifras de las muertes de militares estadunidenses en los terrenos de operación exteriores, cifra enigmática si las hay.

Resulta tan clara la relación exponencial entre la libre posesión de armas y los tiroteos que parece una perogrullada. Las comparaciones internacionales no dejan lugar a dudas que la prohibición de la posesión privada de armas es un factor positivo que tiene una incidencia a la baja en el número de muertes por armas de fuego.  Es seguro que aquella facilidad en la compra de un rifle no explica el por qué de los tiroteos, sino más bien que sean casi un extraño y repetible monopolio de la actualidad estadunidense.

Los tiroteos de masas, que a pesar de todo son pocos, sin embargo casi una especialidad local, suelen explicarse en los comentarios a través de una serie de explicaciones racializadas o psicologizadas a través de una  individualización excesiva de los hechos.  Los sociólogos Tristan Bridges y Tara Leigh Tober establecen una relación entre la masculinidad y la violencia armada (https://qz.com/1095247/the-sociological-explanation-for-why-men-in-america-turn-to-gun-violence/). Su tesis es que frente a la pauperización y a los problemas sociales recurrentes, los hombres se siente atacados en su masculinidad y deciden asumir posiciones homofóbicas, sexistas, misóginas y una violencia supremacista. Según ellos la violencia sería una respuesta en exceso para compensar su pérdida de estatuto masculino.

La imbricación entre violencia y construcción de la masculinidad había sido abordada en un maravilloso documental, The mask you live (2015) de Jennifer Siebel Newson. El documental muestra los efectos de la construcción de la masculinidad en los EE.UU. sobre los individuos. Los responsables son la industria del entretenimiento, el sistema escolar de la primaria a la universidad, que modelan seres humanos emocionalmente cerrados y que no se les permite expresar sus sentimientos y menos la empatía condenada como un valor débil, un valor de débiles.

La salida a las emociones reprimidas es siniestra: agarrar un arma y matar a diestra y siniestra los que son vividos como la fuente de la enajenación. Los tiroteos son así la patología social de un colapso mucho más amplio de una sociedad depredadora cuyo modelo de individuo exitoso es el depredador capitalista. La depredación se ejerce hacía la plusvalía, hacia las mujeres, el medio ambiente, hacia los cuerpos explotados cuyo único fin es la reproducción de la posibilidad de depredación. Sin esa búsqueda irracional de la acumulación del excedente y por ende la búsqueda del goce, no se podría explicar la epidemia de muerte por medicinas con opiáceos que azota a los EE.UU. y cuyo aumento es el producto no del narcotráfico sino de las exigencias productivistas del capitalismo neoliberal ( véase el artículo de James Petras y Robin Eastman-Abaya, https://www.globalresearch.ca/the-opioid-epidemic-in-america-killing-one-million-workers-the-triumph-of-capital/5627300).

Prohibir la venta de armas es racionalmente el primer paso que hay que dar. Pero me temo que la raíz del mal no está del todo en la posibilidad de comprar o no un arma en la tienda de la esquina. El aumento de los tiroteos es la expresión del disfuncionamiento de un sistema económico basado en la depredación despiadada, donde el individuo es reificado para el bien de la economía de mercado. En este proceso de trituración y en nombre de la libertad individual, el individuo pierde todo lazo social o comunitario o de clase,  para ser transformado en un engranaje productivo de la maquinaria social capitalista.

Bien del mercado vs bien común. Aquella oposición resume las coordenadas del colapso. Los millones de pobres, los excluidos e inclusive los que disparan, no son otra cosa que las piezas defectuosas que la depredación capitalista defeca. El gran problema de toda sociedad es la gestión de los deshechos. De allí que la película Elysium (Neil Blomkamp, 2013) irónicamente grabada en un basurero mexicano, o la serie netflix brasileña 3 por cento pierden su carácter de distopía y pasan a ser nuestra modernidad en marcha. En los dos casos los que se salvan de la violencia del colapso son una minoría selecta a la cual la mayoría de nosotros no pertenece.

 

26 febrero, 2018
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